Curso XXXIV - Enseñanza 1: Orígenes de la Teología
Cuando se habla de Teología, por lo general, los hombres piensan de inmediato en iglesia, en religión y más de una vez se escuchan comentarios que, evidente fruto de la ignorancia, rodean esa palabra y lo que ella significa con un nimbo de algo un tanto remoto y oscuro; como algo alejado de la vida humana; reducto exclusivo de un grupo de seres, los “teólogos”, cuyas actividades aparecen a la vista de los hombres como algo un tanto incomprensible.
Debe tratarse pues de echar un poco de luz sobre este asunto complejo, es cierto, a medida que se ahonda en él, pero del cual participan prácticamente todos los seres al día de hoy.
Y antes de entrar en consideraciones debe recordarse que teología, vocablo de origen griego, deriva de teólogo, contracción de dos palabras que significan respectivamente “Dios” y “exponer”, “decir”.
Cuando se lanza el pensamiento en vuelo retrospectivo hacia los orígenes de la Humanidad, se encuentra que en un período determinado de la vida de nuestro planeta desciende sobre él, oleada tras oleada, una corriente de vidas predestinadas a originar una evolución terrestre de algo que, como parte de la manifestación activa de Dios, se llama la Mónada Humana.
Dichas entidades lanzadas a una misión tan extraordinaria, evidentemente actuaban dentro de los exactos límites que la Ley de Dios, la Manifestación, les había fijado.
Carentes de formas físicas, terrestres, fue necesariamente su afán, su primera necesidad, cumplir con la inexorable necesidad de adaptarse al medio ambiente en que debían actuar y vivir. Ejemplo grosero de tal situación sería la de un Hijo de Cafh que fuera a un país extranjero, lejano. Adaptación al clima, al terreno, al alimento, a la habitación, al lenguaje nuevo y desconocido, a las modalidades, costumbres y prácticas de los hombres de ese nuevo medio ambiente serían su primera necesidad. Será un extranjero en esas tierras, pero mantendrá vivo en sí el mandato que allí lo llevó y de quien lo mandó. En su mente, en su corazón, en su alma, estará claro y patente su origen, y por encima de su sentimiento de destierro brillará con inefable luz de consuelo el conocimiento de su unión indestructible con el pensamiento y vida de todo lo que tuvo que abandonar.
Algo similar ocurre entonces también con esas primitivas mónadas humanas. Impulsadas al cumplimiento de la misión que la predestinación divina les había impuesto, emprenden la construcción de las formas físicas humanas sobre la tierra, pero conservan intacto el recuerdo de su origen divino y aún se resisten a unirse con esas groseras formas que prevén algún día nublarán la clara conciencia de su verdadero estado.
Pero el tiempo pasa, la Ley Divina gravita inexorablemente sobre la mónada y al ir perfeccionando las formas físicas se va afirmando cada vez más el lazo que une las entidades con su obra. El espíritu desciende y penetra totalmente en el cuerpo, la adaptación se ha completado. Desde ese momento la mónada se transforma en Humanidad, la Humanidad que crece y va perfeccionando más y más el instrumento físico necesario para cumplir su misión.
¿Qué ha pasado durante todo ese tiempo respecto a su conciencia divina si es que se puede utilizar la palabra conciencia?
Es indudable que, si bien paulatinamente se había ido obscureciendo la clara visión del estado inicial de la mónada, la Humanidad siguió viviendo, aún al desarrollar la mente instintiva, en completa concordancia con la ley natural divina. Y al hacerlo, debe también admitirse que vivió en plena Unión Natural con Dios, cosa que perdió el hombre al comenzar a desarrollar la actual mente racional.
Durante todo ese largo período la Humanidad pudo usufructuar de la primitiva clara visión, para decirlo aunque sea con palabras poco adecuadas, y aunque esa visión se fue nublando, aún en tiempos atlantes los hombres lograban a través de la visión astral dicha unión.
Mas con el surgimiento de la Raza Aria profundos debían ser los cambios que se producirían.
Se ha mencionado que hasta ese entonces la Humanidad vivió en unión natural con Dios. El desarrollo de la mente racional y como secuela, del libre albedrío, consciente, destruyen el equilibrio; la armonización con la Ley Divina se interrumpe y tanto la visión, unión como comunicación natural y directa con Dios es interrumpida.
El hombre pierde definitivamente la visión astral y dependerá enteramente de sus sentidos para conocer y relacionarse, y éstos no sólo no pueden revelarle a Dios sino inclusive se interponen como una extraordinaria muralla entre Éste y la Humanidad.
El hombre ario debe pues así pagar el tributo a su conquista. Sus ojos serán ciegos, sus oídos sordos y verdaderamente, aquél que desee volver a recuperar la visión Divina deberá apagar y enceguecer sus sentidos a través de la renunciación.
Mas, como bien se sabe, este método, el de la renunciación, no es común ni puede ser considerado de aplicación general para la Humanidad actual. Y también debe admitirse que, si bien es conocido y practicado hace milenios, es improbable que la Humanidad lo haya conocido y practicado desde el momento en que comenzaron sus dificultades.
Por otra parte, la unión substancial natural subsistía, imborrable, indestructiblemente desde el descenso a la tierra de las mónadas, y ese conocimiento interior, ese sentimiento íntimo no pudo ni podrá jamás ser ahogado por la mente.
Al contrario. Esa certeza íntima interior de Dios que lleva en sí todo hombre, constituye un elemento de actividad mental racional poderosa, que ha llevado al hombre precisamente al planteamiento de una serie de preguntas de carácter trascendental.
El hombre intuye a Dios, mas los sentidos nada concreto aportan en sí para revelarlo a Él.
Y la mente, sola, vaga desorientada por el campo racional, incapaz de echar luz por sí sola sobre el gran misterio.
Perdida se hallaría así la Humanidad, si la Divina Providencia, en previsión de acontecimientos futuros, no hubiera actuado ya en los albores de la raza.
Por intermedio de los Grandes Iniciados Solares, Dios se revela a los hombres. Las Enseñanzas que reciben, verdadera Revelación Divina, se condensan en las Grandes Tradiciones Fundamentales. Son transmitidas oralmente primero. Otros Iniciados posteriores las recogen, afirman y les dan finalmente forma escrita.
Llega así el Mensaje Divino, dado al tiempo de la aparición de la Raza Raíz, bajo la forma de las Escrituras Ortodoxas de las Grandes Tradiciones Fundamentales. Y, verdaderas y únicas Revelaciones, se convierten en fundamento y principio de toda tentativa de conocimiento divino.
Las Revelaciones constituyen pues lo que en Matemáticas son los postulados fundamentales.
Son las verdades indemostrables para el hombre. Son la palabra que Dios, al descubrirse en la medida por Él mismo fijada, ofrece como punto de apoyo a la mente para que la Humanidad tenga la posibilidad de conocerle hasta los límites trazados por la misma Revelación.
Si se recuerda ahora lo que anteriormente se dijo significa la palabra Teólogo y, como derivación, Teología, se comprende plenamente el propósito y objeto de la Teología, su origen y finalidad.
Se puede afirmar entonces que el origen de la Teología se remonta y arranca de las Escrituras Ortodoxas de las Grandes Tradiciones Fundamentales.
Que su propósito y objeto es descubrir al hombre el Saber Divino subyacente en los textos revelados y que su finalidad es la santificación y dignificación del hombre.
Es entonces la Teología el único y completo saber que Dios, a través de la intuición, hace aflorar en el hombre para que éste pueda desarrollarlo racionalmente y lograr la plenitud del conocimiento divino.
Su método es entonces principalmente racional, deductivo e inductivo, y basado esencialmente sobre los textos revelados, único punto fijo, por ser la palabra de Dios en el agitado lago de la mente. La Teología en definitiva se desarrolla y caracteriza por el discurso razonado, coordinado e ilativo y siempre a la luz infusa del Saber Divino transmitido a través de las Revelaciones.
Resumiendo pues, se ve que la Teología es una forma y modalidad característica de la Raza Aria que necesita emplear la razón por haber perdido las posibilidades que los Atlantes y la Humanidad aún más antigua tuvieron para mantener su vínculo con Dios.
Y como la razón por sí sola es incapaz de hacer conocer lo Divino, debe apoyarse y partir del sentimiento intuitivo de Dios, que existe en todo ser, y de las Revelaciones Divinas.
En esta forma el hombre, el estudiante, puede avanzar por el sendero y adquirir humanamente el conocimiento divino que, unido a la experiencia íntima realizada gracias a la intuición superior, le permite alcanzar un alto grado de conocimiento.
Mas la mente tiene límites. Por eso las últimas verdades alcanzables las recibirá el hombre sólo a través del éxtasis o Divina Unión.