Curso XXIX - Enseñanza 5: La Raza Lemuriana
Sepultada bajo las aguas del Océano Pacífico se mantiene intacta la tierra que un día fue gran parte del Continente Lemuriano.
Para mayor facilidad del estudiante se aplica el nombre “Lemuria” al continente de la tercera Raza Raíz, porque así fue designado por el zoólogo Sclater; pero los antiguos textos esotéricos lo llaman Zalmali Patala.
Los monstruos hiperbóreos, si bien habían sido destruidos por los vendavales y tragados por las corrientes oceánicas, no habían perecido en su totalidad. Un grupo selecto había sido salvado de la destrucción para implantar, en el nuevo continente, la Raza de los hombres conquistadores de la mente.
Como una leyenda o sueño, ya se habían esfumado los días de sol y perenne primavera. Las fuerzas y los centros fueguinos de la Tierra habían empezado su era gloriosa de ebullición.
Las aguas oceánicas, constituidas por agua mezclada con innumerables elementos químicos, hervían prodigiosamente para desplazar a los elementos químicos en beneficio de los dos elementos únicos que constituyen el agua actual.
Una densa y pesada atmósfera, cargada de vapores, se había levantado alrededor de la Tierra; y si bien había luz solar sobre el planeta, los rayos del Sol llegaban filtrados a través de espesas capas de nubes.
Los monstruos, paulatinamente, se transformaban en hombres, hombres gigantescos, de pesados movimientos, que pasaban parte de su vida echados en el suelo, pugnando por ponerse de pie. Hombres que, como no poseían la flexión de las rodillas, cuando estaban de pie tenían que recostarse en los árboles; y cuando empezaron a caminar, no pudieron hacerlo sin la ayuda de pesados bastones.
El paso de los hombres lemurianos está espléndidamente marcado por la sinfonía de Wagner, en su “Oro del Rin”, cuando los gigantes suben a reclamar a los Dioses el precio de la edificación del Walhalla.
El progreso hacia la conquista era lento y penoso. La piel amarilla y luminosa que los lemures heredaron de los hiperbóreos se iba apagando cada vez más, mientras que el cuerpo se iba condensando y la piel se volvía intensamente roja.
Hacia mediados de la Raza, los lemures dejaron de procrear por el huevo, se efectuó la separación de los sexos y las mónadas penetraron en el cuerpo de los lemures, dándoles el don de la mente.
Mas las mónadas no moraban constantemente en estos cuerpos físicos, sino que entraban y salían a voluntad. Cuando salían de sus cuerpos trabajaban por medio de las glándulas hipófisis y epífisis, o tercer ojo; y cuando estaban dentro de ellos, utilizaban los ojos físicos, que empezaban a vislumbrar las sombras y figuras circundantes.
También, su forma craneana dejaba la mollera completamente abierta, dando a estos hombres, en lo físico, un aspecto característico tal, que bien podrían llamarse “hombres sin cabeza”.
La separación de los sexos trajo la grandeza y, al mismo tiempo, la ruina y destrucción de esta Raza.
El fuego interno de la Tierra la hacia crujir y explotar por todas partes. Cada montaña era un volcán que continuamente arrojaba fuego y lava. Los tipos más adelantados empezaron a experimentar el placer carnal y se juntaron con los tipos más atrasados, que aún no habían sido dotados de mente. Esto trajo terrible degeneración.
De la unión de los tipos con mente con los sin mente nacieron los monstruos antecesores de las especies animales vertebradas, como ser los ictiosaurios, plesiosaurios y dinosaurios.
Se produjo la maldición de la Raza, acarreando su destrucción y muerte.
Inmensos cataclismos y sismos destruían paulatinamente a Lemuria.
Los tres grandes océanos iban invadiendo las tres partes del Continente Lemuriano: Zampa, Zampata y Zalmali Patala.
Sin embargo, esta Raza había logrado grandes victorias: la separación de los sexos, la conquista de la mente, la formación de un cuerpo apto para servir de morada adecuada a los espíritus y el perfeccionamiento de la espina dorsal.
Fue en la última subraza de los lemures cuando Kundalini subió perfectamente desde la base de la espina dorsal al cerebro. Y fue esta subraza la que venció definitivamente a las razas sin mente o animales y estableció entre el reino animal y el hominal la barrera infranqueable, dándole al hombre el verdadero derecho a la Humanidad.