Curso XXIX - Enseñanza 11: Los Rmoahalls
Los lemures, si bien vivían intuitivamente y semiapartados de sus cuerpos físicos, tenían una vida material puramente instintiva.
El cerebro humano era una masa divina puesta a disposición del hombre, sobre la cual debía ir grabando poco a poco. Los hilos del instinto los había trazado ya; al hombre atlante le correspondía delinear la periferia del cerebro racional.
Los seres de la primera subraza atlante, los rmoahalls, casi no tenían razón, dirigiéndose casi exclusivamente por el instinto. Eran hombres hercúleos, de buen talle, de frente huidiza, de tez color rojo obscuro.
Se procrearon en gran número y su crecimiento era muy rápido.
Moraban en las grandes islas atlantes en las cuales, después de un período glacial, reinaba un calor muy intenso.
Ya no vivían en las rocas, como los lemures, sino en los troncos de gigantescos árboles o bajo techumbres, que ellos mismos construían, rodeados de empalizadas.
Como aún no dominaban el lenguaje, emitían sonidos guturales que influían sobre sus subconciencias, despertando los diversos instintos. El grito “rrr-mo-hal”, que simbolizaba la idea de “muerte a los habitantes de Moo”, exaltaba su ardor guerrero, empujándolos a la lucha. Combatían frenéticamente, hasta la destrucción; pero pasado el furor, perdían el recuerdo de lo sucedido, volviendo a su estado habitual.
El agua era su elemento; en ella pasaban muchas horas del día. Eran excelentes nadadores y por la retención del aliento desarrollaban la porosidad de la piel.
Desarrollaron también la vejiga y los órganos genitales. Los elementos constitutivos de la orina eran más rápidamente eliminados de la sangre y filtraban por los riñones, logrando así mayor perfección física.
Dedicaban sus días enteramente a la caza. Gustaban dominar a los monstruos que pululaban en sus comarcas; y si bien no comían la carne de los animales, bebían su sangre, aún caliente.
La base de su alimentación la constituía la carne de pescado; y como tenían poco desarrollado el olfato dejaban que se descompusiese antes de comerla. Comían también, con agrado, sus propios excrementos; los de los niños se daban a los enfermos, como remedio.
La calurosa, cerrada y densa atmósfera, descargaba continuas tormentas, que podrían llamarse tormentas silenciosas, porque la electricidad, en globos de fuego, saltaba o resbalaba por las pendientes de las montañas, hasta quebrarse en el agua. Amaban observar esos inmensos globos eléctricos; y notaron que podían, observándolos, atraerlos o rechazarlos. De aquí nació esa ciencia atlante, que dominó a los fenómenos naturales característicos de su tiempo y les sirvió para fundar las terribles escuelas de magia negra que traerían su destrucción.
Para entonces, había embellecido notablemente el paisaje atlante y se había dilatado su horizonte: inmensas cordilleras, altas montañas, lagos y más lagos, infinidad de ríos y torrentes, todos de color rojo opaco por efecto del calor de los rayos infrarrojos, que eran predominantes por las densas nubes que cubrían todo el continente.
El gran calor de la tierra hacía surgir un agua mucho más pura y cristalina que la actual. Ella constituía, casi exclusivamente, la terapéutica de los rmoahalls.
Durante el sueño, que duraba diez, doce y aún catorce horas, vagaban por los planos astrales con toda facilidad, reuniéndose con los Guías de su Raza y recibiendo sus instrucciones.
Lo notable en estos atlantes era el hecho de que no tenían en absoluto temor a la muerte; en realidad, no tenían idea de lo que era porque, el pasar de una encarnación a otra no era, para ellos, sino un sueño más prolongado que el habitual.
Los seres de esta subraza mascaban, casi de continuo, la hoja de un árbol ahora desconocido, llamado Somihshal, la que les daba un vigor extraordinario. Cuando dejaban de tomarla dormían casi continuamente.
Esta subraza había crecido desmesuradamente para ser estable y como era el fundamento de la Raza Atlante lo que le daba su característica, tenía que desaparecer totalmente al primer empuje de otras razas más jóvenes, que ya iban apareciendo en el norte del continente: los tlavatlis.