Curso XXVII - Enseñanza 19: El Budismo
La India había degenerado su religión de tal modo que se había convertido en una pura idolatría exterior.
Las castas superiores tiranizaban al pueblo infundiéndole terror religioso. Hasta las imágenes de los dioses, de aspecto horrible, con cabezas de monstruos y posturas macabras, no infundían amor ni veneración, sino superstición y pánico.
Como después de una tormenta terrible se aquietan las aguas y brilla el sol, así, en medio de la decadencia hinduista, surge en el firmamento del mundo, cual sol resplandeciente, la religión de Buda.
La religión Aria de los hindúes, demasiado impregnada de materialismo, iba a ser suplantada por una nueva religión de carácter monoteísta.
Es verdad que esto despertó el corazón de la antigua religión de los Vedas, la cual, viéndose azotada por la nueva fe, procuró restablecerse en su prístina forma; pero asimismo dejó un surco profundo en el mundo de las religiones universales.
El Budismo va tan estrechamente ligado a la figura de su fundador que es imposible hablar de uno sin recordar al otro.
En Kapilavastu, pequeño reino del Penjab, nació el príncipe Siddhartha, novena encarnación del dios Vishnú. Su madre, Devaki Maya, muere al darle a luz y él queda al cuidado del rey, su padre y de los sabios del reino. Crece sin conocer las miserias del mundo, entre las comodidades de su palacio. Joven, de veinte años, toma por esposa a una princesa vecina, siendo muy pronto padre de un niño.
Pero sobre la frente del hermoso príncipe flota una nube de duda infinita: el deseo de conocer la vida tal cual es.
Por eso, oculto sale un día de su palacio y al ver que los hombres sufren, envejecen y mueren, decide abandonar su corona y su familia, para buscar el secreto de la felicidad eterna.
De príncipe se convierte en Sannyasi que, mendigando su pan, recorre los caminos polvorientos en busca del Arcano.
Sigue el camino del estudio y del conocimiento, prueba los ejercicios yoguis tántricos, reduce por la penitencia su cuerpo a un esqueleto, recurre a las pruebas del amor místico, pero no encuentra el secreto. Es entonces cuando, bajo el sagrado árbol del Bo, recibe la suprema iniciación y descubre el porqué del sufrimiento del hombre: el apego es la causa del dolor de la vida, de la muerte y del volver a renacer. Cuando el ser no tiene ya deseos, cuando la renunciación es absoluta no sufre más, no viene más a la tierra y encuentra la eterna felicidad reintegrándose al No Absoluto.
Desde ese día empieza su misión en la tierra: enseñar a los hombres la senda de la felicidad, la senda recta.
Como una reacción producida en las conciencias religiosas acosadas por los muchos símbolos, ceremonias y leyes, se levanta poderoso el simple budismo, arrastrando a la multitud.
Por donde pasa Buda, surgen los adeptos a millares. Y, ¿cómo no seguir una religión tan clara y sencilla?
Decía que los hombres eran todos iguales y con esto daba un golpe mortal al hinduismo, tan aferrado a la división en castas. Decía que Dios es el substratum de todas las cosas y con eso derribaba y mataba de un golpe a los dioses milenarios. Decía que la obra recta es la única que debe ejecutar el hombre, destruyendo así otra creencia fundamental de la antigua religión, que fundaba el fruto de la vida futura más bien en el auxilio divino que en la recta conducta.
Como cumbre de perfección ponía Buda el celibato; por eso iban tras él columnas de monjes que habían abandonado todo en el mundo para oír y practicar su palabra. Un día su propio hijo llegaría a él para pedirle ser admitido en su comunidad.
No puede imaginarse el odio que suscitó la doctrina de Buda entre los Brahmanes. Pero con el odio nació el deseo de rivalizar con él; fue como una contrarreforma hinduista.
Surgieron hombres, entre las distintas sectas hinduistas, que comprendieron que no se podía combatir a hombre tan esclarecido, ni la doctrina tan útil sino con las mismas armas. Comprendieron la necesidad de volver a la fuente primitiva de su religión, de beber en las páginas de los Vedas las verdades eternas que habían olvidado, para aplicarlas otra vez y profesarlas en sus templos y ceremonias. En una palabra, el budismo despertó la conciencia de la India, trajo la palabra de libertad a los hombres, que hasta entonces se habían sentido esclavos y estimuló la rehabilitación de los Vedas primitivos.
Mas no fue en la India donde debía asentarse el budismo. Muerto Buda, octogenario, en los brazos de su discípulo Ananda, empezaron las luchas otra vez y no terminaron hasta que, dos generaciones después, los Chatrias, guiados por los Brahmanes, destruyeron a todos los budistas de la India y arrasaron esa religión en todo su suelo. Pero la sangre de los mártires es siempre semilla de nuevos triunfos; la religión de Buda no había muerto: sólo había sido transplantada a otras tierras más fértiles y más necesitadas de su auxilio espiritual.