Curso XXVI - Enseñanza 7: Antiguos Ceremoniales Iniciáticos de los Caballeros
Los antiguos Iniciados veían en el año, además del movimiento del sol a través de las doce casas zodiacales, el camino del alma, desde el nacimiento hasta la muerte, en busca de la perfección. Por ello daban tanta importancia a las festividades anuales, las que simbolizaban los distintos pasos y aspectos de la vida material y espiritual.
Julio César, arbitrariamente, quitó al año alguna de sus horas, resumiéndolas todas juntas en un día cada cuatro años, en el año bisiesto. Pero los estudiantes esotéricos siempre protestaron por esta medida que le resta valor al año verdadero, al Año Místico.
Un año verdadero equivale a un año daiva de los hindúes: 365 días, 5 horas, 30 minutos, 31 segundos; y Don Alfonso el Sabio, rey de Castilla, le asignó al año 365 días, 5 horas, 49 minutos y 16 segundos.
Tampoco el principio que se le asigna al año actual es el que le asignaban los antiguos: el año verdadero empieza en el equinoccio de primavera.
El Año Místico se divide en cuatro partes, tal como se divide en cuatro etapas la vida espiritual de los Caballeros Iniciados.
La primera, que empieza en el equinoccio de primavera, es inaugurada por la festividad de la reapertura del Libro de la Madre. Retorno a las cosas que se han dejado, para sublimarlas.
La naturaleza abre el libro de su manifestación y muestra así su sabiduría; hace brotar del seno de la tierra todas sus flores, precursoras del fruto.
En el ritual místico es la imagen del cambio continuo de todas las cosas, del descenso del espíritu a la materia, del sacrificio de aquél que tiene más hacia el que tiene menos, repartiendo sus bienes.
La simbología dice que volverá el discípulo a matar a su enemiga cuando sea fuerte, algún día. Por eso esta primera parte del Año Místico es símbolo también de la reencarnación y de la ley de consecuencias que hace, por efectos, volver a la raíz de la causa.
Los seres que han llegado a un altísimo grado de evolución espiritual, se sienten impulsados periódicamente a volver entre los hombres para equiparar con ellos sus valores, dándoles amor; hacerse más pequeños, para hacerlos a ellos más grandes.
Los Caballeros, todos reunidos, recibían el mensaje que los Maestros habían transmitido al Gran Maestre.
Mucho le será pedido al que mucho le fue dado.
De pie, con sus espadas desenvainadas, envueltas en sus blancos mantos, recibían la orden. Aquél que había sido designado para cumplir alguna Gran Obra en el mundo, abrazaba a sus camaradas, dándoles el ósculo de paz; recibía la bendición del Gran Maestre y se alejaba sobre su blanco caballo a cumplir sigilosamente su misión, mientras los demás prendían una gran fogata sobre el monte, para que el fuego guiara al Caballero redentor durante su camino por las tinieblas del mundo; volvían los demás Caballeros a sus estudios, a sus ejercicios, a sus concentraciones, esperando su hora.
La espada envuelta en el manto representa a la Madre Divina, Suprema Voluntad, envuelta en el Velo de Ahehia, la sabiduría manifiesta que el Caballero tiene que esforzarse por descubrir. Para lograr la suprema realización es indispensable el sacrificio, el descenso a los mundos inferiores y pasar por ellos sin mancharse.
La marcha representa la rueda de las vidas y las muertes; la fogata sobre el monte, la parte superior del hombre, el alto ideal, la vocación espiritual, que siempre lo acompaña. Los cristianos imitaron esta bella Ceremonia Iniciática con las fogatas de San Juan, con la fiesta de la Anunciación del Arcángel Gabriel a María.
Los antiguos Caballeros medioevales, también, después de su investidura caballeresca, iban errantes por el mundo en busca de aventuras, siempre deseosos de hallar la mujer de sus ensueños o la copa del Santo Grial.
Wagner ofrece imágenes maravillosas: Lohengrin es el Caballero Iniciado que abandona el castillo de los Caballeros Monsalvat para ir a defender a la doncella falsamente acusada.
Todavía hoy las Tablas abren para esta fecha sus cursos; el tiempo de la festividad, de la alegría, ha pasado; y ha vuelto el tiempo de la disciplina, del trabajo y del sacrificio. El libro de las enseñanzas, que estaba cerrado, se abre de nuevo; cada uno sacrifica la parte mejor de su esencia interna en beneficio de los otros. También para esta fecha se acostumbra a iniciar las nuevas Tablas, siempre con el sacrificio de la Tabla patrocinante.
La segunda parte del año comienza con el solsticio estival de verano. Están maduros los frutos y el trigo puede convertirse en pan. Pueden preparar los Caballeros su banquete, para consumar las Místicas Bodas de Unión entre la materia y el espíritu. Esta ceremonia es imagen de la alianza del espíritu con el alma, de dos principios concordantes que logran encontrarse al fin y unificarse.
En esta parte del hemisferio se efectúa la ceremonia solemnemente en el plenilunio de Mayo. Se repite, más sencillamente, durante el año.
En la noche del plenilunio todos los miembros de la Tabla se reúnen como si fueran uno solo. De noche se efectúa el banquete porque la noche es la madre de los misterios, de las intimidades y de las bodas. Se hace en plenilunio, pues el plenilunio indica que, aún muerto el pasado, se toca con el presente para perpetuarse en el porvenir. Las almas que una vez se han unido en un mismo ideal, aún muertas, volverán a encontrarse y a ser reunidas.
El banquete se efectúa en una habitación cuadrada, en donde la mesa tendida tiene forma de herradura. En el centro se sienta el Gran Maestre y a su derecha los demás Caballeros, por orden.
La mesa debe estar tendida con las siguientes disposiciones: se traza sobre ella, con un cordón blanco, una línea recta, sobre la cual estarán colocados los platos. Otra línea, con un cordón anaranjado, sobre la que se colocarán los vasos; otra con un cordón negro, paralela, sobre la que se colocan las botellas y otra, también paralela, con otro cordón blanco, sobre la cual serán colocadas las fuentes.
Los platos de la antigüedad eran de plata, acaso para explicar que hay metales, como la plata y el oro, que alejan el magnetismo animal; el plato tenía que ser personal de cada uno.
Antiguamente el vaso era de madera especial y estaba hecho de una fibra vegetal sutilísima; de allí derivaron todas las maravillosas leyendas relacionadas con el cáliz del Señor y el Santo Grial.
Ya se ha explicado que el vino es imagen de la naturaleza inferior; el Iniciado que bebe el zumo de la uva y sabe transmutar, cambia los valores inferiores en superiores.
Terminada la comida, se brindaba solemnemente, como si la parte alegre y festiva de cada alma quisiera unirse en una sola expresión de belleza, para perdurar como entidad guiadora.
Después del brindis el Gran Maestre rompía la copa de la cual había bebido.
La mesa es siempre signo de pacto y alianza. El altar de todas las religiones es la mesa de los Dioses. Dios hace pacto con Jacob y como recuerdo de ese pacto, levantan un altar o mesa mística.
Cristo instituye el sacramento de la Eucaristía en el banquete pascual; los cristianos primitivos solían hacer un ágape fraternal.
La mesa es en la familia la que reúne, a su alrededor, todos los miembros de la casa a la hora de las comidas. Es la hora de la intimidad; es la hora en que el padre se reúne con todos sus hijos; en que la madre contempla con satisfacción a toda la familia reunida. Es la hora de la perpetuación de la alianza familiar.
En el plenilunio, cuando se efectúa el banquete, también el sol -imagen del sol espiritual-, está en su nadir; es cuando él también ha descendido de sus alturas y bajado a los infiernos, a buscar su amada extraviada, como Orfeo baja a los infiernos a buscar a su esposa Eurídice y hacer con ella nueva alianza, nuevo pacto, nueva boda.
Es deseable que los miembros de la Orden acompañen a todas estas ceremonias con espíritu de fervor y de comprensión, pues de lo contrario las mismas serían vanas. Que cada uno procure hacer alianza con sus compañeros, unión de almas, unión de sentimientos y de ideales, para que esta unión sea el alma futura de la victoria del Ideal Espiritual.
En el equinoccio de Otoño se festejaba la obra cumplida ya que la tierra ha dado su fruto. Llamada la fiesta del Rey, porque los Caballeros festejaban a su Jefe y al Caballero Iniciado.
En el solsticio hiemal, los Caballeros efectuaban la festividad de la Renunciación; los más aventajados abandonaban la comunidad y subían al Monte, al castillo de los Perfectos. Quizás por ser en esta cuarta parte del año en la que se desarrolla la última ceremonia visible en el plano físico, ella es la más rítmica y poética de todas.
Siempre, en todos los sectores de la vida, en todas las agrupaciones, hay quien descuella, quien llega a un estado de interior liberación. Estas almas aleccionadas, aún manteniendo el cuerpo físico, comprenden que ya nada tienen que hacer entre los hombres y un deseo irresistible de soledad y de alejamiento les impulsa a buscar una vida recoleta y dedicada a la contemplación.
Es conocida la creencia que existe en la India acerca de estos seres extraordinarios, que viven en parajes solitarios, escondidos en altas montañas.
La Sociedad Teosófica fundó toda su Obra sobre los mensajes de estos Maestros de los Himalayas.
En las antiguas Órdenes estaba simbolizada esta mística ida sin regreso con una espléndida ceremonia. Cuando el Caballero, por su elevado estado de perfección, se sentía impulsado a abandonar todas las cosas exteriores, el Gran Maestre reunía a todos los Caballeros y, juntos, cantaban el Himno de la Liberación. Inmediatamente penetraban en la sala dos Damas con el rostro velado, símbolo de los nuevos mundos ocultos que el elegido iba a conquistar, llevando un paño azul en las manos. Despojaban al Caballero de su manto blanco al cual forraban de azul; después, él mismo, cortaba con su espada la punta derecha del manto, la dividía en siete partes, que dejaba a los siete Caballeros restantes como recuerdo suyo.
Esto es imagen del Caballero Eterno, del Caballero Perdurable; si muere o no, nadie lo sabe. Es el hombre que ha llegado a dominar sus principios inferiores y superiores disponiendo de ellos a voluntad.
¿Pero dónde viven estos seres selectos? ¿En qué parte del mundo?
Estos lugares secretos donde las Órdenes Iniciáticas tenían, o tienen, su asiento oficial, no están destinados al azar, sino que corresponden a los siete plexos de fuerza del planeta. Hay en la tierra siete sitios, no marítimos, en los cuales el magnetismo natural es mucho más intenso que en los otros lugares. Desde luego es siempre en parajes montañosos; son innumerables las montañas reputadas sagradas.
Un lugar magnético primario de la tierra está en el Tibet y, en especial, en la región de Shamballa, donde tienen su principal asiento los Lamas Amarillos; el lugar europeo más magnético es en la montaña de Monserrat, en Cataluña, donde -todavía hoy-, tienen sus reuniones astrales los Hermanos Rosacruces. En América existen varios de estos lugares magnéticos y se puede encontrar uno en las desoladas montañas de la provincia de San Luis y otro sobre el Lago Hueche Lauquen. Lohengrin describe uno de estos lugares llamándolo Monsalvat y, para hacerlo más inaccesible, lo describe rodeado de aguas y lo llama “desconocido paraje”.
Pero, ¿existían realmente en la antigüedad estos castillos iniciáticos? Existían realmente; y todos los castillos medioevales fueron copiados de ellos, de estos castillos fundados por Caballeros Iniciados.
Se puede encontrar tipo de ellos, o ruinas, en Cataluña y al Sur de Galicia, en Flandes, Normandía y Escocia; y maravillosos ejemplos de ellos tiene el norte de Alemania, pero de construcción posterior.
Desde luego las Antiguas Órdenes habían de tener sus lugares apartados y sus castillos en donde se encerraban los Caballeros Iniciados.
No se hablará de la montaña de Kaor, porque allí únicamente las ruinas del Templo primitivo pueden subsistir, pero sí se puede describir cómo debieron ser estos retiros. A una altura superior a mil metros, en una región desconocida y poco habitada, se construía un edificio completamente rodeado de murallas y agua; ningún miembro de la Orden conocía este lugar, fuera de los que lo habitaban y los Grandes Maestres. Ninguna mujer, ni ningún extraño a la Orden podían pisar ese recinto. En el foso que rodeaba el castillo, eran alimentados cisnes blancos y negros, símbolo de la Eternidad, manifestada e inmanifestada. Estos Caballeros solitarios, esos puros guardianes de la Sabiduría Eterna, vivían allí con una pureza y una serenidad tales que únicamente en horas de éxtasis interior y de perfecta oración se puede tener una vislumbre de lo que ello significa.
Si esos lugares han desaparecido les queda aún a los Caballeros un lugar inaccesible y solitario para esconderse y vivir su vida íntima; el inexpugnable castillo del Santuario Interior.
Las cuatro estaciones del año simbolizan también las cuatro grandes épocas que cruzó la raza aria desde su nacimiento.
La primera parte de la raza data desde el nacimiento de la raza semita-atlante, hace 850.000 años, hasta el establecimiento definitivo de la raza aria, hace 118.769 años (año 1941).
La segunda etapa corresponde al tiempo transcurrido desde el establecimiento de la raza aria hasta la guerra de los 1.500 años, hace 25.868 años (año 1941).
La tercera etapa data desde la guerra de los 1.500 años hasta la sumersión de Poseydonis, última reliquia atlante, ocurrida hace 11.000 años.
La cuarta época data desde el hundimiento de esta isla hasta los días actuales.
Las cuatro etapas del año recuerdan, asimismo, las cuatro que cruzaron las Escuelas Esotéricas.
La primera etapa fue aquella espléndida y áurea de los Maestros Iniciados. Data desde el tiempo del Templo de Kaor, hace 25.868 años, hasta el hundimiento de Poseydonis, hace 11.000 años.
La segunda representa la del poderío y del dominio reinante, época de plata, que duró desde el tiempo del hundimiento de Poseydonis hasta el reinado de Amenophis IV, hace 3.311 años (1941).
La tercera fue la era sacerdotal esotérica. En esta etapa las Escuelas Esotéricas habían completado ya su caudal de conocimientos. Duró desde Amenophis IV hasta la fundación de la Orden Teutónica por Hernán de Salza, en al año 1.197.
La cuarta corresponde a la era cristiana y caballeresca, de la acción y del sacrificio y data de la fundación de la Orden Teutónica hasta los días actuales.
También simboliza el año la vida del hombre, que tiene cuatro períodos principales: niñez, adolescencia, virilidad y senectud.
El Año Místico, también, ha de estimular a dar a los años, a los meses, a los días y a las horas su verdadero significado. El hombre estulto los deja correr y, sin darse cuenta, se encuentra con la cabeza blanca y las manos vacías.
Pero el sabio mide su tiempo. Sabe que cada hora transcurrida es una probabilidad menos que tiene para su adelanto espiritual. Así como pasa el año, pasan también en su vida las posibilidades, las buenas ocasiones, la energía y la claridad mental de la juventud, así como todos los dones que están a su alcance para lograr la perfección.
Así los ceremoniales Iniciáticos de los Caballeros, dentro del Año Místico, guardan un ritmo, una medida y una estabilidad excelsas, dentro del tiempo, ese material del que está hecha la vida, como inscribían los antiguos en las luminosas esferas de sus relojes.