Curso XXVI - Enseñanza 6: El Rey Arturo, El Santo Grial y la Tabla Redonda y sus Caballeros
En pleno florecimiento cristiano las Escuelas Esotéricas fueron patrimonio primero de los Caballeros Iniciados y luego de las Órdenes Militares.
El esoterismo helénico y romano que a través del neoplatonismo había regado fecundamente los principios del cristianismo, fue perdido completamente.
Con el veto dado por Justiniano a las escuelas filosóficas en el año 500, los maestros esotéricos se trasladaron a Persia para preparar allí la simiente que había de transformarse en la religión islámica, en pletóricas escuelas esotéricas.
Pero en tiempos de las primeras cruzadas los caballeros cristianos volvieron a ponerse en contacto con las Escuelas Esotéricas Musulmanas.
Sobre todo los Caballeros Normandos, hombres de gran fervor religioso (unían a un ferviente cristianismo, las enseñanzas de sus antepasados druidas, galos y celtas ibéricos), asimilaron estas enseñanzas. Ya ellos en el año 800 hicieron florecer una caballería cristiana esotérica.
Las leyendas del Caballero andante, del Santo Grial, de los Caballeros de la Tabla Redonda del Rey Arturo, datan de aquellos tiempos.
No eran estas agrupaciones esotéricas totalmente cristiano-jurídicas, pero sí cristianas esencialmente, viviendo su propia vida; después se formaron Órdenes Militares y Escuelas Esotéricas.
Los Caballeros Iniciados al ingresar a la fraternidad hacían un solemne juramento de ser fieles a la misma hasta la muerte, de ir en contra de todas las injusticias y de defender siempre al pobre, al desvalido y al desamparado.
La primera ceremonia que desarrollaban ante los ojos del neófito era la del juramento.
La promesa es un don divino y únicamente los Dioses pueden prometer a los hombres; pero es difícil al ser humano prometer, ya que su naturaleza quiebra a cada instante las voluntades más fuertes; por eso fue dicho: “No jurarás”. Mas cuando el hombre se aviene a un juramento, como el juramento es divino, implícitamente adquiere la obligación de transformar su naturaleza humana en divina.
Como la Sabiduría Divina no puede ser manjar de los hombres vulgares, era indispensable el secreto para que el Velo Divino no fuera levantado por manos inexpertas.
Dice la Biblia: “Si vieres el rostro de Dios, morirás”, porque el estudio de la Sabiduría Eterna implica poseer un desarrollo espiritual adecuado que el ser tiene que adquirir, poco a poco, llevado de la mano por los Iniciados. Además, en la ceremonia de juramento, el neófito veía el rostro de sus compañeros por primera vez y la Visión del Rostro es símbolo de esa sabiduría oculta, revelada sólo a unos pocos.
Al jurar entraba el nuevo adepto en la Gran Corriente Espiritual, Mental y Psíquica que la Orden Esotérica había generado y sería perjudicial si él, violentamente, fuera expulsado de esa Gran Corriente en la cual voluntariamente se había colocado.
El ser, para llegar a este primer peldaño del Ceremonial, había forzado la puerta del Santuario, pues sin esfuerzo nada puede conseguirse.
El Asistente traía un asta de vino; el asta había de ser de cuerno de ciervo y ella era símbolo de la naturaleza inferior, mientras que el vino era de la fuerza creadora en su aspecto inferior.
Noé, después de haber probado el zumo de la uva, entra en un sueño profundo y de él se burlan sus hijos. El hombre tiene que penetrar en las profundidades de la naturaleza inferior y del subconsciente para conocer las fuerzas que mueven y dirigen todas las cosas.
El Iniciado hacía extender el brazo del neófito sobre el asta alargando, a su vez, el suyo; las dos derechas se reunían en tanto que con la espada se incidían los dos brazos dejando gotear las sangres, para mezclarlas con el vino.
El valor de la sangre es inestimable. Todas las substancias físicas se vuelcan en ella y en ella está toda la fuerza y todo el tóxico de la vida; es la única substancia que tiene directo contacto con el éter astral; tanto lo es que enseguida que la fuerza vital no la anima se coagula y, por decirlo así, se materializa. Es símbolo, pues, de la naturaleza superior que, sacrificándose, se mezcla con la naturaleza inferior para redimirla y levantarla hasta su liberación. No otra cosa simboliza la redención efectuada por Cristo que vierte su sangre sobre la cruz y que se repite todos los días en el Cáliz de la Misa.
Pero la que puede efectuar esta redención, impulsada por el amor, es la voluntad. La fuerte voluntad del frío acero de la espada que ha hecho la incisión.
Después iban bebiendo el Iniciado y el neófito, alternativamente, sorbos del precioso licor. Para que la Humanidad vuelva a su prístina gloria espiritual es indispensable esta fusión de las partes superiores con las inferiores. Una vez más está explicado así el misterio de la Sagrada Eucaristía, de la estrecha unión e inseparabilidad del Espíritu con la Materia.
El neófito, al ligarse por su juramento a la Orden, ligaba la Orden a él, simultáneamente. El amor y la unión equiparaban los valores y los pares de opuestos y el esfuerzo del uno sería recompensado por la dádiva del otro.
Terminado el juramento, el llavero se adelantaba y rompía el asta.
Cuando el Caballero Iniciado imponía la túnica a los miembros de la Orden, con la espada les tocaba el hombro derecho a los hombres y el izquierdo a las mujeres, símbolo de la transmutación por la purificación, y les entregaba una rosa. La flor abierta representa los vórtices de las fuerzas astrales en estado activo y desarrollado.
Las túnicas de los miembros eran blancas, anaranjadas y negras. El blanco pertenecía a los Pajes y a las Doncellas, ya que debían mantener más acentuada la pureza y la inocencia del alma por tener que pisar el lodo del mundo. Los Escuderos y las Damitas tenían la túnica anaranjada, simbolizando el orgullo y la gloria de la Orden. Los Caballeros y Damas llevaban túnicas negras, significando que habían muerto para el mundo y vivían únicamente en lo Eterno.
Las túnicas masculinas llegaban hasta las rodillas e iban puestas sobre las armaduras, pues lo espiritual no debe interrumpir la acción. Las túnicas de las mujeres llegaban hasta la punta de los pies, para indicar el pudor y la discreción.
El manto de todos era blanco y su vuelo completamente circular, ya que el círculo señalaba a Dios manifiesto.
La cogulla era también circular e indicaba el Poder Espiritual. Los Papas en los primeros tiempos de la Iglesia Cristiana, cuando ésta era puramente espiritual, usaban cogulla blanca; pero cuando adquirieron poderío material la cambiaron por una corona de oro. En la antigüedad la corona pertenecía a los reyes como poder visible y material y la cogulla a los Sumos Sacerdotes, como poder invisible y espiritual. En la parte izquierda del manto, a la altura del corazón, había una cruz roja, quedando así entendido que un adepto dominaba los elementos inferiores.
Durante la ceremonia, luego que el neófito había pronunciado el juramento, los asistentes levantaban la cogulla que les cubría la cara para hacerse manifiestos al nuevo componente.
Los Pajes y las Doncellas llevaban, además de la cogulla, un pequeño gorro circular del color de su túnica, que indicaba sumisión.
Los Escuderos y Damitas portaban un yelmo y en el centro de éste una mariposa de oro libertándose del capullo de oruga, significando la aspiración del alma al conocimiento de todas las cosas.
Los Caballeros y las Damas llevaban también un yelmo y, en el centro del mismo, la cabeza de oro de una serpiente con la lengua bífida hacia fuera, pues la serpiente erguida es símbolo de la Suprema Sabiduría, sobremontada por una cruz.
Las vestiduras señalaban los poderes intrínsecos y personales del adepto, mientras que los atributos manifestaban los poderes activos del mismo. Se tenía cuatro atributos fundamentales: anillo, espada, collar y sello, correspondiendo a los cuatro poderes básicos del ser humano depositados en el cuerpo físico, en el plexo solar, en el esplénico, en el laríngeo y en la glándula pineal, respectivamente.
Además se tenían caballos marrones y blancos, que servían de vehículos. El caballo es el animal que, en la evolución de los seres inferiores, ha llegado al más alto grado de desenvolvimiento y es el lazo de unión entre el reino animal y el hominal. Representaba la naturaleza instintiva, dominada y subyugada por la voluntad del hombre. La naturaleza inferior no ha de ser destruida, sino dirigida y orientada.
En la Orden el caballo marrón significaba el instinto dominado, pero sensible a las atracciones inferiores que lo arrastran continuamente al mundo. El Escudero había dominado sus pasiones, pero volvía continuamente entre los hombres para auxiliarlos. El caballo blanco era el instinto dominado por completo. El Caballero lo empleaba únicamente para su uso personal o para obras que parecían, a los ojos de la Humanidad, semidivinas.
Viene el caso citar la aparición de Santiago Apóstol en el campo de batalla, para defender y llevar a la victoria a las huestes de Ramiro, contra los moros. El guerrero aparecido en el combate llevaba todos los atributos de los Caballeros de las Órdenes Secretas e Iniciáticas de entonces: montaba caballo blanco, llevaba armadura resplandeciente, flamígera espada, blanco manto y un estandarte sobre el cual estaba dibujada una cruz roja.
El Gran Ser que los españoles tomaron por un santo, no era sino un Caballero Iniciado que se les apareció montando su caballo y bien pertrechado para conducirlos, como si fuera un semidiós, a la victoria.
El anillo, la espada, el collar y el sello correspondían a las cuatro figuras principales del Tarot. Sello corresponde a bastos, collar a copas, espada a espadas y anillo a oros.
El anillo correspondía al plexo solar e indicaba el poder de dominar; el dominio (sobre sí mismo, sobre los elementos, sobre las fuerzas naturales, sobre los demás hombres que no habían llegado al mismo nivel de adelanto espiritual), está indicado por el brillante y el oro, imágenes de la fuerza solar y de sus rayos dominantes sobre todo el planeta.
La espada correspondía al plexo esplénico e indicaba el poder de la fuerza y el vencimiento del temor; el corte definitivo que liberta al ser era el conocimiento de la propia fuerza que actúa, como frío y cortante acero, sobre lo que le rodea.
En el Salmo 44 al cantar, el Salmista, la belleza del Rey, no se olvida de aconsejarle que ate su espada al muslo izquierdo, como si le explicara que el poder de la fuerza reside en el plexo esplénico.
El redondo collar, que llevaba estampado el nombre de cada miembro de la Orden, expresaba el poder de la vibración, de la palabra, del ritmo; corresponde al plexo laríngeo, el cual, bien desarrollado, permitía al estudiante percibir las voces y los sonidos astrales.
El sello, todo de oro, con el signo de Ank impreso en él, era imagen del poder creador, similar al fuego; punto raíz de la mente, confín del Espíritu con la substancia manifiesta.
Estos atributos no eran peculiares a todos los miembros de la Orden: el sello pertenecía solamente al Gran Maestre; el poder creador, el poder de la transmutación, lo poseía únicamente el Iniciado. A la Iniciación el ser llegaba solo, sin auxilio exterior, sin acompañante alguno, como imagen de Dios reflejándose en Sí mismo.
El anillo era propio de Caballeros y Damas; el fuerte magnetismo del cual estaba cargado indicaba que estos hombres y mujeres habían solucionado el problema interno de la diversidad. Ellos sabían que una única fuerza regía los destinos humanos y universales y dirigían voluntariamente esa fuerza hacia el logro de su aspiración.
La espada la llevaban también Escuderos y Damitas; del mundo psíquico al mundo anímico, por fuerza solamente se pasaba. Sólo el valiente podía cruzar el círculo del temor y adueñarse de la fuerza que duerme latente en el plexo sacro de cada individuo.
El collar era llevado por todos los miembros de la Orden; simbolizaba los poderes psíquicos que estaban al alcance de todos los que se encontraran bien adiestrados y ejercitados.
El collar se relacionaba con las copas, imagen de la matriz femenina y del aspecto material de las cosas. El sello, con los bastos, imagen del lingam masculino y del aspecto creador y espiritual de las cosas. La espada era imagen de la unión entre el Espíritu y la Materia, del resultado del basto y de la copa. El anillo, oros, simbolizaba el dominio sobre la mente y sobre las cosas manifiestas.