Curso XXVI - Enseñanza 16: La Revolución Francesa y las Logias Liberales

En Francia, a pesar de las diversas prohibiciones, la masonería y sus reuniones secretas habían aumentado notablemente ya durante la primera mitad del siglo XVIII.
Se dividían en diversas logias. En París había unas cuantas florecientes: la Estrella Polar, Los Hermanos Artistas, La Reunión de los Extranjeros y otras. En todas se estudiaban las ciencias antiguas, se cultivaba la filosofía y se discutía sobre problemas físicos y morales y se practicaba un cristianismo evangélico.
Otros ritos y formas de masonería se habían también difundido rápidamente por Francia y otros países hasta el 1700.
Martínez de Pasqualis había pasado por Francia, desde 1767 hasta 1771 como un meteoro, dejando tras de sí una infinidad de fundaciones de carácter netamente ocultista: Rito de los Elegidos Cohens, llamados Martinistas y que se dividieron después en dos ramas: los teúrgicos, dirigidos por Willermoz y los místicos, dirigidos por el Conde de Saint-Martin, ambos discípulos de de Pasqualis.
Un poco más tarde, en 1781, Cagliostro fundó la Masonería del Rito Egipcio, admitiendo en ella a las mujeres.
Había también en París la logia masónica femenina: El Cóndor, rama de adopción fundada en 1775 y dirigida por la Duquesa de Borbón y que se dedicaba a obras de beneficencia.
A ella se adhirieron las más prestigiosas damas de la corte, desde la princesa de Lamballe y la condesa de Polignac hasta la misma emperatriz Josefina, que ingresó en 1804.
Los nobles y los sabios entraban en masa a estas distintas logias, a pesar de los vetos de la ley y de la excomunión de la Iglesia Romana. En otros estados, a veces, eran dirigidas por los mismos príncipes y Federico El Grande de Prusia era uno de ellos. Las finalidades de estas reuniones eran, además del estudio de las filosofías, el de los misterios de la Cábala y de la Biblia, las investigaciones físicas y teóricas alquimistas y también había quien se dedicaba activamente a los asuntos sociales.
En Francia, fue en esas logias en donde los sabios y los nobles idearon la Revolución Francesa que ejecutaría en 1793 el Terror.
Ya en todo el siglo XVIII París será el centro de esta extraña actividad a la vez oculta y política. Se verán hombres como Cagliostro llegar de Alemania donde abundan las sectas masónicas y obran como hermanos, como si el golpe que debía ser fatal al antiguo orden debiera ser llevado a París, allí donde van y vienen los personajes misteriosos que asombran al mundo por su ciencia secreta, curan enfermos, siembran el oro y los diamantes, tienen luego conciliábulos con el Rey, los ministros, los cardenales y las reinas, desaparecen, mueren, reaparecen y uno se recuerda que la Rosa Cruz preconiza para su acción los medios mágicos, el empleo de la piedra filosofal (que al parecer sólo se otorga a los Rosacruces de segundo grado como Cagliostro), el don de idiomas, la obligación de cambiar el país, de nombre, de costumbre y aún de fingir una falsa muerte. Su acción así será considerable y todos obran sutilmente en un sentido bien definido.
La figura de Saint-Germain aparece en primer plano en los prolegómenos de la Revolución Francesa. Su misión parece haber sido la de dar a los Enciclopedistas una base para la renovación de las ideas y las leyes, además de la de tratar de salvar la monarquía francesa, vigilando de cerca todo el proceso de su caída, esperando siempre una oportunidad de salvación; pero las circunstancias no le fueron propicias y sólo pudo continuar con su misión consoladora de consejero.
Todas estas agrupaciones tendían, como se ha visto, hacia un mismo fin: la cultura de la mente y del espíritu, pero socialmente se habían establecido dos corrientes fundamentalmente distintas.
La Masonería contemporánea, las divisiones del Martinismo y el rito de Cagliostro tendían a la fórmula constitucional, a la libertad y nivelación de todos los seres. Y esas agrupaciones actuaban, transformadas, en diversos países con distintos nombres: Carbonarios, en Italia; Cazadores, en Canadá; Lautaros, aquí, o siendo los centros de libertad de los pueblos.
Pero, dedicándose a los problemas de la vida, se alejaron demasiado de aquellos del espíritu y por último la misma Masonería pasó del liberalismo al nacionalismo positivista y de allí al materialismo. El árbol había dado su glorioso fruto de libertad y podía morir.
Pero otras Escuelas Esotéricas querían mantener el antiguo espíritu del individualismo selecto, de la superioridad de las actividades espirituales sobre las materiales, de la herencia de los reyes y sacerdotes iniciados. Deseaban revivir y seguir las tradiciones de los Caballeros Templarios y Saint-Germain inspiraba a estos grupos.
En París se llamaban los Masones “Amigos Reunidos” y habían seleccionado entre ellos un grupo llamado los Fileletes (buscadores de la verdad).
Por eso Cagliostro se negaba a asistir a la Convención Masónica de París, reunida en 1775, si antes no quemaban todos los escritos de los “Amigos Reunidos”.
Éstos, inspirados por Saint-Germain, se dedicaron a una severa reforma. Fue aquélla que dirigió el Barón de Hund, fundando en 1751 la Orden de la Estricta Observancia. A su muerte le sucedió el duque Fernando de Brunswich, íntimo amigo del Conde.
Veamos finalmente una figura que sale del libro de la historia del siglo XVIII con su fina silueta, enmarcada dentro de los trajes amplios y fastuosos del estilo Pompadour, con su picaresca sonrisa acentuada por la peluca empolvada y los lunares pintados sobre el rostro para presentarnos su olvidada personalidad: La Condesa de Adhémar.
Existen figuras que desempeñaron papeles de gran importancia para la Humanidad que únicamente aparecen entre sombras y olvidos. Casi inadvertidas entran en el escenario del mundo, en un momento determinado, llevando en las manos una lámpara con la cual alumbran un gran acontecimiento y desaparecen luego, calladamente, como han venido. Hay almas que han tenido la misión característica de educar, amar, estimular, orientar o trabajar interiormente en una Gran Obra que otros han llevado a feliz término. De éstas fue la Condesa de Adhémar.
Poco se sabe, como se ha dicho, de ella. El Conde de Adhémar desempeñó diversos cargos de importancia en distintas cortes europeas, entre otros el de una embajada a la corte de Inglaterra, y a todas partes le acompaña su esposa. Pero lo que no se sabe es el verdadero carácter, la real orientación interior de la Condesa, y lo que se creyó saber es, en su mayor parte, reflejo de suposiciones.
Pero un hecho indiscutible ilumina esta vida: fue amiga del conde de Saint-Germain, al que llamaba en tono entre frívolo y respetuoso: el hombre de los milagros.
Ella no había seguido la tendencia democrática de los nobles de la corte que, en tropel, habían entrado en la Masonería, y era acérrima enemiga de las nuevas ideas y por eso muy estimada, pero no favorecida, por la reina María Antonieta.
Como el conde de Saint-Germain y el Barón de Hund, era ferviente católica (éstos no deseaban alejarse de la Iglesia ya que querían restablecer la antigua Orden de los Templarios).
Desde luego nunca pudo darse cuenta de las altas finalidades de Saint-Germain, que no sólo deseaba salvar al trono de Francia del gran desastre sino que caminaba por las cortes de Europa buscando al Rey que podía ser Rey Iniciado de los Estados Unidos de Europa, Rey de reyes. En su carácter un poco frívolo y un poco crédulo, la Condesa se vio envuelta en los proyectos del Conde, sin ella darse exacta cuenta del papel que desempeñaba, pero no fue más que una idealización de una edad de oro imposible.
La Revolución y el pueblo ganan a Francia y, paulatinamente, al mundo y estos grandes seres desaparecen en las sombras.
La Condesa de Adhémar ya vieja no se puede mover en su sillón. Un extraño visitante ha entrado en su habitación.
Sus ojos cansados y semi-ciegos no distinguen en las sombras, pero como entre un sueño ve a su visitante: es el Conde de Saint-Germain, siempre con el porte aristocrático, con el aspecto juvenil de toda su vida. Ella se estremece. Sabe bien lo que él le ha profetizado; sabe que ésta es la sexta vez y la última que lo ve y que se acerca a su fin.
¿Y, bien?… empieza la Condesa con su voz temblorosa.
¿Y bien?… -sigue el Conde-, hemos terminado. Hemos fracasado.
¿Fracasado? ¡Los Borbones han vuelto y Francia parece redimirse!
Él se ríe… No mira a Francia. Mira al porvenir y al mundo, a ese hermoso siglo de libertad que tiene delante. Todas las banderas flamean al sol de los magos de los pueblos.
No Condesa; nosotros hemos terminado. El Rey Iniciado ha muerto. Yo vuelvo a mi Tierra (mejor; “mi cielo”), y mi cohorte me acompaña. He venido a buscarla.
Y mientras flamean al sol de mayo las banderas de ese siglo libertador de pueblos, el antiguo Iniciado, seguido de los suyos, se aleja hacia su tierra de promisión, su cielo.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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