Curso XXVI - Enseñanza 10: Las Órdenes Militares Cristianas
Si ahora se consideran las enseñanzas de Amón, no en su refugio sino entre los hombres que luchan y sufren, se observará, durante el siglo I antes de J.C., que había infinidad de Escuelas, ninguna de ellas puramente devota ya al concepto del “No Ser” o al de “Ser”.
En ellas predominaba una de estas tendencias. Para designarlas, en general, se tendría: por una parte la doctrina de Amón, politeísta, Platonista, idealista; por la otra la de Atón, monoteísta, Aristotélica, materialista.
Eran estas Escuelas fundadas por “Renigar”, renegados, lo que no debe tomarse en sentido peyorativo, pues se trataba de seres, muchos de ellos Iniciados, que se habían separado de escuelas más antiguas, puras, que juntando sus ideas propias, las de su antigua escuela y las de otras, fundaban una nueva. De éstas solían separarse otros “Renigar” que, a su vez, fundaban otras.
Se llama especialmente la atención sobre el hecho de que muy poco antes y después de la vida de Cristo hayan florecido tantas de dichas escuelas. Debe subrayarse el carácter ecléctico de las mismas. Ellas prepararon el terreno para la difusión de la extraordinaria labor de Jesús.
Los Iniciados Solares, antes de Jesús, vinieron al mundo en forma inaccesible al vulgo. Jesús, en cambio, vino a redimir a todos.
Otro tanto sucedía con las sociedades secretas: eran casi impenetrables.
Jesús mostró, en primer término, que era Hombre. E hizo el gran sacrificio de dar su Cuerpo.
Mostró, también, resucitando y subiendo al cielo, que el hombre podía elevarse hasta Dios. Que la esperanza debe alcanzar a todos. Que cada uno puede realizar a su Dios.
Mas el cristianismo no se hubiera difundido tanto, por lo esotérico de su doctrina, de no haber tenido un muy eficaz divulgador: Pablo de Asher.
Pablo dio a los pueblos las nociones que se hubiera creído les fueran inaccesibles. Arrojó margaritas a los cerdos; sembró a manos llenas. No ignoraba que la divulgación de estos secretos la tuviera que pagar con su propia sangre. No se inmutó por ello: sabía que el karma de él no entraría en acción antes de que dijera todo lo que tenía que decir.
Pablo toma a Cristo como ejemplo, como hombre que sirve para su propósito. Pero siempre se refiere a Él como el Redentor. No menciona al Hombre.
Deja entrever, también, que tras la unión del Hombre con su Salvador existe una posibilidad mayor aún: algo así como un Nirvana Búdico.
Su obra fue triple:
- Abrió un canal entre la Divinidad y la Humanidad, toda la Humanidad. Esto está simbolizado en la herida al costado de Cristo, de la que siempre mana sangre. Consecuencia de ello ha sido el hecho que desde entonces las sociedades esotéricas no han sido nunca tan herméticas como antes; siempre hay algún escape para ingresar a ellas, como en el hecho de que dejan traslucir algunos de sus secretos. Es que la sangre de Cristo se ha derramado sobre el mundo entero.
- Estableció que es por el acto del Redentor que se salva el hombre. Éste ya no necesita esperar la Gracia. Ya sabe que la Divinidad se ha hecho carne para él también.
- Es un verdadero precursor de lo que todavía es una esperanza: la unión del politeísmo con el monoteísmo; o sea la pureza de la concepción politeísta con la accesibilidad de todos los hombres al concepto del monoteísmo. En síntesis: la Redención de todos los hombres.
El politeísmo guardián del esoterismo.
Al iniciarse el cristianismo y al afirmarse como religión monoteísta absorbe al esoterismo que, recién en la dinastía de los Ptolomeos había sido introducido ampliamente en el monoteísmo.
En el primer siglo cristiano el esoterismo puro había sido introducido en la iglesia gnóstica que negaba la autoridad suprema del antiguo Testamento. Luego, destruida la iglesia gnóstica, el esoterismo fue tomado por la Iglesia Ortodoxa.
Se ha visto, entonces, que el Cristianismo había recibido un caudal espiritual inmenso.
Tras el sacrificio redentor del Cristo, hecho comprensible al pueblo por Pablo y la labor doctrinaria de los Doctores, en especial San Agustín, llegó a ser poderosísima su influencia. Su expresión, la Iglesia, adquirió enorme ascendencia económica y política. Pero, espiritualmente, decayó desde el siglo VI al X.
Le era necesaria una renovación y, luego de la favorable y directa de las Cruzadas, hubo otra, más disimulada y profunda (consecuencia de las Cruzadas): la traslación a Europa de las sociedades esotéricas.
Siete grandes seres llevaron los conocimientos conservados en Oriente. Europa necesitaba conocimientos y estos seres le llevaron, para ello, una institución allí desconocida entonces: la Universidad.
En aquellos tiempos cada Universidad se dedicaba a una sola rama del saber: Bolonia al derecho, Salerno a la medicina, etc.
Las que llevaron consigo muchos secretos y por ende mucho saber, fueron las Ordenes Militares, especialmente la Orden Teutónica.
En ese momento se encontraron, pues, dos grandes fuerzas espirituales en Europa: la Iglesia y las recién llegadas sociedades secretas. Aquélla, algo decaída espiritualmente; éstas, fuertes de un milenio poco activo.
La concepción monoteísta de la Iglesia había variado algo: el Dios personal, Aquél que podía realizar el hombre, no era ya Cristo sino la Iglesia, o el “Dogma”. El contacto con las sociedades esotéricas vivificaría su contenido espiritual.
Esta unidad de acción culminó cuando un gran místico y ocultista, Gilberto -monje-, fue elevado al Trono Pontificio con el nombre de Silvestre II (murió en 1003).
Quedaban unidos ambos soles: Amón y Atón.
El colegio cardenalicio fue, así, un verdadero colegio de sabios.
Había que instruir a los eclesiásticos. Los regulares no tenían contacto alguno con el pueblo: hacían vida piadosa para sí mismos. El clero apenas conocía los indispensables latines para decir misa.
Las Órdenes Caballerescas no podían tomar a su cargo la tarea por ser seglares sus miembros. Fue entonces que un cardenal, más tarde el Papa Gregorio IX organizó una Orden religiosa cuyas reglas fueron tomadas en parte de las órdenes militares.
Como en éstas, había tres grados que corresponden a las tres formas que tiene la Iglesia para cumplir su obra: la Mística, el Apostolado y la Enseñanza. Los conventos habrían de tener escuelas.
El ser elegido fue Francisco de Asís por ser su carácter más adaptable a estos planes. Tenía fama de santidad. Algo arteramente pudo hacer Gregorio IX, sancionar constituciones redactadas por él. Francisco no quedó conforme pero, sin duda, el propósito del Papa era bueno. Conocido es el éxito de esta Orden y otras fundadas posteriormente.
Parecía invencible esta unión de la Iglesia con las sociedades esotéricas. Pero ya había, latente, aparecido una división: el papado y el imperio. Algunas de las sociedades esotéricas se pusieron del lado de uno, las demás, del otro. En realidad no eran tendencias puras, pero las que sostenían al papado eran más bien idealistas, partidarias del No Ser como expresión suprema. Durante la Edad Media esta tenencia era la de los Nominalistas: “Todo es una sola Voz”. Contra estos se levantaron los “realistas”.
La importancia que alcanzaron las sociedades esotéricas se pone muy especialmente en relieve ante el hecho de que negociaron un arreglo entre el Papa Bonifacio VIII, el emperador Federico II, y el Gran Maestre de la Orden Teutónica Hermann von Salza. Más tarde en 1544, Alberto Margrave de Brandeburgo, último Gran Maestre de esta Orden y primer duque de Prusia, fomentó especialmente la educación de todas las ciudades del estado prusiano y fue el fundador de escuelas donde se enseñaba el latín, así como del Gimnasio de Koenigsberg y la Universidad del mismo lugar. Hizo imprimir en su corte libros alemanes (catecismos, etc.), y a los siervos que querían dedicarse al estudio les dio la libertad. También guardó el tesoro de las Enseñanzas Esotéricas heredadas de sus hermanos de religión y las circunscribió a unos cuantos sabios. Entre las filas Luteranas nacieron así las Asociaciones Esotéricas que eran mantenidas muy herméticas y de las cuales se conserva un magnífico documento en las “Bodas Químicas” de Valentín Andreade, supuesto fundador de la Rosa Cruz.