Curso XXII - Enseñanza 2: La Transición
Que las cosas de este mundo mueren es un juicio que surge al entendimiento del hombre por medio de la más simple observación.
Lo Sin Principio, lo que Es, lo Inmortal es intuición, vislumbre irracional de un orden divino de aquellos seres que han podido y sabido potencializar sus valores internos y esenciales.
El hombre común sólo puede comprobar fácilmente que todo lo que nace, lo que tiene un principio en este su mundo lleva en sí el germen de su destrucción. Se sabe, entonces, que todo lo que nace ha de morir.
Pero esa terrible certeza que la propia razón entrega al hombre hace que el Hombre Viejo, que no quiere morir, ni quiere saber de la muerte de las cosas necesarias y queridas para él, invente mentiras y sobre ellas edifique un método de vida con el cual defender sus conquistas. Y como todas ellas fenecen, ya que lo eterno no es su atributo, se engaña una vez más buscando lo perdurable en la cantidad. Muchos amores, muchos conocimientos, mucho dinero, mucho poder.
Algunas mentiras del Hombre Viejo pueden ser sutilísimas, como las que le brindan una falsificación de eternidad a través de aquello de “sobrevivir en mis hijos” o “sobrevivir en mi obra”, haciendo en ambos casos, aún en su aspecto más idealista, prolongaciones de su propia personalidad y, como tales, prolongaciones a ras de tierra.
Pero el hombre que quiere dejar de ser el Hombre Viejo, que quiere ser Hombre Nuevo, no se engaña.
Cuando la parte superior de su alma ilumina internamente su ser con luz que es Divina y Eterna y le muestra el Sendero en un vislumbre y aún cuando luego su fulgor se atenúa y vuelva a la carga la parte inferior de su alma con su arsenal de mentiras, el naciente Hombre Nuevo, sostenido por el Amor de la Divina Madre, aguza su mirada interior y atisba expectante en la transitoria oscuridad y medita sobre los valores de esas mentiras.
Reflexiona, entre otras cosas, sobre la muerte, sobre “su muerte”. Y como ahora mira desde su parte esencial ve a la muerte como algo trascendental y solemne, pero ya no le teme. “Sabe” que la muerte es como un portal a través del cual se prolonga ese Sendero que vislumbró hacia otro mundo de posibilidades. Y se prepara para cuando le toque franquearla. Prepararse para la muerte significa no perder un solo instante en alimentar apegos a cosas transitorias y al propio “yo” mortal, sino, por el contrario, ejercitarse en la contemplación de las Cosas Divinas, ayudado por hábitos nuevos que, como el de la Meditación, le sirvan para transmutar sus valores humanos y personales en valores divinos y unitivos, que hagan de su vida un amoroso cumplimiento de los planes de la Divina Obra.
Cuando llegue la hora en que terminen sus posibilidades actuales, podrá así morir como el santo que, habiendo vivido según la Voluntad de la Divina Madre, entra en la muerte anhelante de seguir participando en la Gran Obra.