Curso XXII - Enseñanza 13: Meditaciones Afectivas Estimulantes III
Se debe tener bien presente la diferencia entre placer y gozo espiritual.
El placer es cosa de la carne y por lo tanto fugaz y perecedero como ella. Muchos hombres creen que el placer es un premio de Dios y que el dolor es Su castigo, sin darse cuenta que ambos no son más que consecuencias de la satisfacción o privación de un apetito sensual propio de su naturaleza humana.
Así considerado, el dolor es lo contrario del placer y éste, a su vez, cuando deja de ser experimentado se convierte en dolor.
Pero el gozo espiritual está por encima del placer y del dolor. Estos son consecuencias de nuestro egoísmo, mientras que el primero es una expansión del alma inmortal que busca el camino de retorno que la lleve a fundirse con la Fuente Primera.
Nace en el momento que el hombre descubre que todas sus potencias personales, ejercidas hasta ese instante para procurar placeres a su naturaleza humana o para huir del dolor, pueden ser utilizadas para elevarse por caminos sobrenaturales a otros planos de conciencia, donde empieza a entrever su identidad divina.
Es entonces cuando empieza a comprobar que todo lo que creía ser, sus prejuicios, sus hábitos, sus apegos, en fin todo lo que constituye su personalidad presente son, en realidad, los retazos de que está hecho el disfraz bajo el cual oculta a su verdadero ser, aquél que reconoce como única meta su unidad con la Divina Madre y busca, por amor a Ella, identificarse con todas las almas mediante la lucha interior por destruir todo concepto de separatividad.
Por eso el gozo espiritual no siente los efectos del dolor físico y de ese otro dolor que proviene de la no satisfacción de los deseos sensuales, sino que por el contrario, muchas veces el dolor anímico que supone para un ser que ha empezado a vislumbrar la unidad en la diversidad, soportar la carga y los embates de los apetitos de la carne, puede ser un estímulo para que su alma encuentre fuerzas para volar más alto cada vez, hasta allí donde se borran las fronteras de lo mío y lo tuyo y resplandece solamente el Amor Real de la Divina Madre.