Curso XXII - Enseñanza 12: Otras Meditaciones Afectivas Estimulantes II
Se debe recordar que el fin del ejercicio de la meditación afectiva del tipo estimulante es el de provocar en el alma una verdadera conmoción similar al sacudón de cabeza que el hombre amodorrado se da a sí mismo, para despejarse rápidamente.
Su diferencia con los ejercicios de meditación activa común es en realidad más de tono que de fondo. Ya es sabido que, como su calificación de activa lo indica, el ser busca en estos ejercicios lograr un efecto y lo hace mediante un esfuerzo de voluntad, tanto para fijar la atención, toda su atención, en el objetivo buscado, como para predisponerse con todo su ser tendido en la búsqueda de la sensación deseada.
En las activas, pero estimulantes, todo esto se aplica perfectamente, pero con el agregado de algo más. Ese algo más es el tono y dramaticidad dado a la voz, el fervor puesto en la pintura del cuadro imaginativo, construido con imágenes vívidas descriptas con unción, preparatorio de la vehemencia con que se expresarán las sensaciones en donde se utilizan analogías emotivas y exaltadas.
Esto parecería de primera intención una actitud hipócrita, forzada, superficial. Pero no se debe olvidar que se está tratando de dominar un ejercicio y que la sinceridad y la ofrenda verdadera del Hijo están solamente en la alegre predisposición con que diariamente o aún más frecuentemente, él va a la sagrada cita para ir haciéndose cada vez más apto de entrar en el verdadero estado de meditación. Y en ese estado no hay falsedades o hipocresías que valgan, pues no puede haberlas en el divino dialogar del alma con la Divina Madre.
La presente Enseñanza, con su ejemplo de meditación en donde se busca un efecto de Consuelo, es un ejemplo preciso de cómo el alma puede elevar al dolor a la categoría de coadyuvante para su redención. En efecto, a través de un cuadro imaginativo de tintes sombríos, dominado por la visión de la Cruz y las sangrantes llagas de Cristo, el Hijo siente en su identificación con el Divino Sufriente el Consuelo de saber que imitándolo puede ofrendar sus propios dolores sufridos en silencio en el Monte Calvario del diario vivir y ser así, a su vez, ejemplo y sostén de otras almas.
Porque, ¿qué mayor consuelo que encontrar un sentido al dolor humano y, más todavía, si ese sentido se identifica con el ejemplo de Jesús, haciéndonos partícipes en el acto sagrado de la Redención del mundo?