Curso VII - Enseñanza 15: Egocentrismo del Alma
Es indispensable que el alma se conozca a sí misma, que conozca a su personalidad íntima y real. Enseguida que ella se pone en contacto con su potencialidad íntima todas las cosas exteriores pierden su capital importancia y sólo tienen valor los problemas fundamentales.
Valorizarse a sí mismo es egoencia.
Por la egoencia el alma descubre que lo que ella creía su yo no es más que la combinación de hábito más hábito y que no constituye la médula de su vida, sino la personalidad exterior.
Como el alma se reconoce a sí misma los verdaderos problemas de la vida se le presentan en toda su magnitud para ser solucionados a través de la concentración íntima, del reconocimiento de sí misma, de la pureza de los sentimientos y de la claridad de las ideas.
El alma egocéntrica entonces, puede enfrentarse con los problemas de los seres humanos. La fórmula de la dispersión centrífuga, gasto inútil de energía, le enseña a no dar demasiada importancia a ciertas cosas relativas y a concentrar toda su atención en los postulados simples, que son las causas fundamentales que sostienen la vida del mundo y que, conociéndolas, pueden ayudar al alma a colaborar en la solución de los problemas del mundo.
Este descubrimiento potencial de la egoencia es para el alma un goce substancial porque el ser se reconoce a sí mismo y permanece en sí.
Este goce substancial del alma se manifiesta y es vivido como una realidad efectiva. No sería tal si el alma en este goce interior cayera en un estado estático, en un encierro interior ya que para ser perfecto ha de expandirse, ha de irradiar.
La felicidad interior da a la vida espiritual un valor efectivo a través de su actuación en la vida.
Colocada el alma en estas condiciones de su reconocimiento interior y real que cobra magnitud continuada con la expansión, centuplica sus fuerzas pues se pone en contacto con todo el Universo.
La grandeza de la eternidad y la pequeñez del hombre se juntan en este éxtasis de ser y de dar, mientras la predestinación y el libre albedrío se funden en una inmensa y única luz.
El hombre marcha hacia Dios luchando a través de la diversidad y disparidad de los factores biológicos, luchando entre las posibilidades intelectuales exactas y el libre fluir de la intuición, combatiendo sus posibilidades frente a la herencia, siempre oscilando entre pares de opuestos, poder y no poder, evolución y estancamiento, ser y no ser.
Pero cuando el alma se descubre a sí misma se hace egocéntrica. Toda disparidad desaparece, toda contradicción tiene un valor relativo porque el alma está en Dios no como un factor extraño sino como una parte integral de la Eternidad.