Curso V - Enseñanza 9: Automatismo Liberador de la Renuncia

La Renuncia mata al hombre para que el hombre viva.
Los hombres del mundo que miran a las almas que renuncian tienen duras expresiones para con ellas. Cuántas veces se han oído expresiones como éstas cuando se refieren a las almas generosas que han dejado el mundo: “Así es fácil ir a Dios, abandonándolo todo. Más se gana estando en el mundo, haciendo frente a la vida que huyendo de la vida. La ley de la vida está hecha para realizarla y no para suprimirla”.
Todas esas son las palabras del mundo, pero las almas que han renunciado les preguntan desde su lecho de muerte: “Y ustedes, ¿qué hacen?, ¿están vivos acaso?” Por eso es bueno que los Hijos, que están muertos, vayan un momento al mundo para ver si ellos están vivos.
El hombre del mundo, ese hombre que tiene vida, ese espíritu encarnado que se cree dueño de la tierra, que cree manejarlo todo, está realmente muerto. Pueden muy bien los Hijos levantar los ojos al cielo y gritar: “¡Dichosa muerte que me has dado la vida, que me has sacado todo lo que para los hombres es vida y me has dado la vida del espíritu, del alma, de la claridad!”
Los hombres están muertos, dormidos profundamente; son autómatas que marchan. ¿Es acaso ésta una comparación o una metáfora? No, es una gran realidad. Basta mezclarse con la multitud, ir adonde hay varios hombres reunidos, para darse cuenta de que esto es verdad. Si se observa a la gente que va por la calle se la ve tan distraída, tan lejos de todo, que podría venir alguien a darles un golpe en la cabeza y dejarlos muertos sin que se den cuenta. Las preocupaciones, las pasiones, cualquier movimiento interior se expresa en ellos. Son verdaderamente autómatas. Si alguno levanta un dedo es como si a todos les hubiera tocado un resorte; empiezan a reunirse todos a su alrededor. Son como las hormiguitas que van adonde la primera hormiga traza la línea.
Los hombres son autómatas porque no viven la vida del espíritu; no como devoción, sino como realidad; no tienen autocontrol, no saben mirarse a sí mismos desde las alturas de su personalidad superior. Van pensando según la mente que actúa en ellos en ese momento: la instintiva, la racional, la emocional y así sucesivamente. No viven en su totalidad; siempre hay unas vibraciones determinadas de los compuestos del alma que actúan en él.
Se puede decir que el hombre nace y muere muerto, que muy pocas veces tiene la verdadera posesión de la vida, de lo que él es. En una palabra: ¿qué es lo que le da vida al hombre? Sus instintos, sus pasiones, los choques, las reacciones, las acciones. Es como si fuera una persona semiciega que hay que encandilarla para producirle una reacción.
Cuando una persona dice una frase, una palabra, adquiere un conocimiento, todo el mundo lo repite. No hay esa expresión del pensamiento individual; los pensamientos son genéricos y colectivos. Es un pensamiento que se va repitiendo sucesivamente. Aun anteriormente, si bien el hombre siempre fue esclavo de sus varias mentes, había un momento en que existía un vislumbre de la mente intelectual. Pero ahora, ¿por qué va a pensar si hay alguien que piensa por él? Es fácil memorizar y repetir, hacer el análisis, adquirir el conocimiento y exponerlo según lo que otro le ha dejado. En una palabra: se vive verdaderamente en el mundo del nombre y de la forma, que es lo único que impresiona al hombre. Las sanciones no pueden sino determinar las cosas: nombre; y estas cosas no se distinguen sino por su tamaño y apariencia: forma. Esa es la vida del hombre.
El hombre establece la diferencia a través del nombre y la forma y dice: esto es una mesa, etc. Pero esta separación tan ilusoria y al mismo tiempo necesaria e ideal para clasificar las cosas, no hace que él piense: si saco el vidrio al reloj, luego las agujas, desarmo la máquina, ¿dónde está el reloj? No tengo nada más que piezas. Si las tomo y las fundo no queda sino un elemento, y si después ese elemento vuelve a ser fundido, no queda más que una única sustancia. Pero para él, el reloj es la campanilla y no sabe tener la idea fundamental de que todos esos elementos están constituidos por un elemento absoluto.
Esta separación de creer que uno es tal o cual cosa hace que nazca el gran egoísmo del mundo; los hombres viven allí agarrados a una soga sin darse cuenta que hay una potencia que está tirando a la derecha y a la izquierda de esa soga, y cuando la soga se quiebra el hombre cae en el abismo de su propia miseria. Cree que hay algo que puede sostener su personalidad, y ese algo es lo suyo, su egoísmo. Eso es tan falso e ilusorio que es la causa del mal del mundo. No viven; viven la ilusión, poseen el egoísmo, creen que son un ser separado de la Humanidad, y como no es así siempre vuelven a las guerras y destrucciones.
¿Por qué las guerras se repiten continuamente? ¿Por qué mañana habrá otra guerra, cada vez más grande? Porque el hombre sólo piensa en defender lo suyo; cree estar seguro si huye hacia donde no hay guerra y se salva. Pero ese pensamiento es tan ilusorio que es como si hubiera abierto una brecha en él mismo, porque en realidad el hombre es un conjunto y todo lo que padecen los demás repercute en él; y si hay guerra él tiene que participar. Si cree que no participa es el ser más tonto que existe; su egoísmo le hace creer que está a salvo. Aun si se hundiera en la tierra hay una fuerza y una corriente que lo une con todos los demás seres del mundo, con todas las cosas creadas. Esa es la única verdad que no quieren reconocer los hombres; viven actuando según la mente que se expresa en ellos. Piensan con la médula, viven medularmente, según los incentivos de una parte instintiva del cuerpo, pero no viven en realidad.
Es necesario morir para vivir; darse cuenta de que no se es un yo como personalidad, sino un yo como una individualidad que se expande y se une con todo el universo.
Dichosa muerte la de la Renuncia que da la vida, la verdadera vida, la única, la vida del Universo y de la expansión.
Los hombres tildan de cobardes a las almas que han renunciado. Dicen: “Son personas inútiles para la sociedad, tienen miedo a la vida, a caer en la tentación, a no ser fuertes para resistir las miserias del mundo. Además, ¿qué hace esa gente? No hacen nada; son parásitos, absolutamente inútiles”. Se podría preguntar a su vez a esta sociedad que llama inútiles a las almas consagradas qué es lo que hacen ellos, cuál es la gran obra que realizan. ¿Acaso las grandes obras del mundo, las de la ciencia, porque es la ciencia la que trae los adelantos y transformaciones, las hacen los hombres del mundo? Si se mira un poco se ve que no hay un solo ser que escape a esta ley viviendo en el mundo; los grandes seres que hacen algo huyen del mundo, son enemigos de la sociedad, misántropos. Einstein, por ejemplo, como modelo de ellos, era un verdadero Ordenado, un hombre que no tenía el más mínimo sentido de lo que era sociedad, un hombre que cuando fue grande y tuvo que ir a una fiesta se olvidó de vestirse de etiqueta y apareció en pijamas. De niño todos creían que era tonto porque huía de los demás niños. ¿Por qué es tonto para el mundo un hombre sabio? La vida de este hombre es una maravilla: su matrimonio es el de un Ordenado. La primera vez se casa con la compañera de trabajo porque lo ayuda y lo asiste. La segunda vez es porque ella lo cuida en su enfermedad. No hay nada de mundano en ese hombre.
Pero los que viven en el valle son pobres parásitos que dicen: yo hago esto o aquello, y no hacen más que vivir de lo que los otros le han dado con su sacrificio. Todas las personas que se distinguen un poco en el mundo no son personas sociales: huyen del mundo, le tienen horror al mundo. ¿Cuáles son los grandes hombres al día de hoy? Los artistas de cine, los jugadores de fútbol y los campeones de box; ésos son los grandes hombres que produce la sociedad.
Ellos no producen porque aquél que no está verdaderamente vivo, que no puede elevarse por encima de sus mentes y tenerlas en su puño no puede hacer nada para la Humanidad. Además, la historia demuestra que todos los grandes adelantos han salido de los conventos, de los claustros, de los retiros, de los ashramas de la India, de los monasterios del Tibet. Aún el hombre más grande que hemos tenido en los últimos tiempos, Gandhi, no era más que un Ordenado: enseguida que terminaba una conferencia pública corría a esconderse en su monasterio familiar, en su comunidad. Es bueno hacer la comparación de qué es lo que hace el mundo y qué es lo que hace en realidad el alma ordenada.
Es muy importante saber que al haber huido del mundo, renunciado, muerto, no se ha perdido absolutamente nada de lo que se creía perder. Se ha dejado todo: posición, familia, sociedad, todo lo que el hombre llama felicidad de expansión de vida, de hogar; los bienes que podía proporcionar el mundo; pero, ¿se ha perdido algo acaso?, ¿la personalidad? Parece que la vida del Hijo es esclavitud. Cuántas personas dicen: “Es una vida de obediencia, no se casan, no pueden ir a ningún lado, no hacen nada más que atrofiar su voluntad; son voluntades dirigidas”. Pero estos hombres que dicen esto son aquellos que no pueden vivir sin fumar, tomar, sin el vicio secreto; son víctimas de los caballos, de los azares, de todo. Ellos son libres: “libres de pies”.
Lo importante es saber que el día que se ha dejado todo, mente, corazón, voluntad, y que de verdad se cree haber abandonado todo, se ha encontrado todo, porque se ha transmutado la personalidad, y el egoísmo se ha transformado en egoencia.
El hombre es un conjunto, un compuesto, no es perfectamente simple, puro. Si fuera la perfecta simplicidad, la pureza, la perfección, no podría tener karma, estaría unido con Dios.
El hombre es un compuesto. A través del desenvolvimiento de las ideas, desde que Dios creó todas las cosas, el ser humano ha ido adquiriendo experiencia, pero esta experiencia, estos dolores, fueron porque cada vez le han traído más complicaciones.
El hombre piensa de muchos modos porque cambia continuamente: cuando tiene hambre piensa con el estómago; cuando está lleno de orgullo y vanidad piensa con su garganta; cuando es movido por el amor y los sentimientos piensa con la mente cerebral. Pero éstos son compuestos. El hombre no piensa con la mente única, divina, la que lo maneja todo. Ningún médico ha podido decir lo que es la glándula pineal. Pero allí está el asiento de la pureza de la mente. En la parte más secreta del corazón está la mente emocional más pura. Esa mente cerebral y la mente emocional responden a la mente verdadera, directriz, formada por átomos tan sutiles que el hombre todavía no conoce; pero ésa es la mente que lo dirige todo, está en la arena de la potencia cósmica, da un poco de luz.
El hombre, para ser tal, ha de pensar con ella, subir allí, salir fuera de sí y pensar: “Pero, ¿por qué no hacemos la prueba de salir fuera de nosotros y mirarnos un poco; ver qué pienso ahora y qué respondo yo a esto? ¿Por qué tengo ahora estos cambios repentinos, cambios de idea, de emoción? ¿Por qué, por ejemplo, el apetito o el cansancio tienen un poder tan grande sobre mí, que me hace olvidarlo todo? Eso es egoencia. El ser que muere al mundo tiene la vida verdadera: la renuncia de la voluntad tonta, personal, viciosa, hace que el hombre adquiera ese poder de pensar poco a poco y se vea con la mente directriz.
También el Hijo aspira a esa vida del espíritu porque aún se actúa como autómatas, pero su esfuerzo continuado -éste es un don de la vida de Renuncia-, le obliga a despertar, a salir fuera de sí mismo, a razonar y pensar con esa hermosa mente. Es bueno hacer la prueba durante el día y observarse. Decir: “¿Qué estoy pensando ahora? ¿Qué mente es la que actúa en este momento: la del estómago, la de los pies? ¿Cómo es que tengo que hacer lo que ella me dice y no la conozco; me llama, bailo a su compás, y no la conozco?” Eso es egoencia: conocerse, mirarse, controlarse continuamente. Entonces el ser adquiere otro yo.
Leyendo a Sor Isabel de la Trinidad se puede pensar: “Esta bendita religiosa es una gran santa, pero continuamente habla de su vida espiritual, de lo que ella hace frente a Dios. Nunca nombra a la Humanidad; si habla de una persona es a través del afecto que ella le tiene. Todo desaparece, es como si su vida estuviera reducida a ella misma”. Pero no es así. En esa consideración de sí misma ella sube al yo superior.
El ser mata al yo, pero no adquiere el dominio sino a través de su yo verdadero. Por ejemplo: el hombre es rodeado por el aire; él toma aire con los pulmones, pero no sabe cómo se transmuta. Si conociera el punto en el que el aire se transforma en su aire, el punto álgido, entonces sabría el secreto de la respiración. Es el momento en que el alma reconoce a la Eternidad.
No es posible lanzarse a la Eternidad como quien se lanza al vacío porque entonces sería una aniquilación, como creen algunos que practican el budismo. El ser sube a su yo superior, pero su personalidad divina siempre se reconoce en su verdad. Es necesario que el hombre mate a su yo y se asiente en su conciencia superior.
No es necesario concentrar la voluntad sobre un espacio infinito; eso es perderse. Hay que concentrarse en ese punto divino, en el espíritu, en la egoencia, y desde allí se podrá asentar el pie para mirar la propia naturaleza y el Universo. Allí está ese divino don de autocontrol.
El horario, la obediencia, los Votos, la observancia, ayudan a que se controle la mente para salir fuera de las mentes inferiores y vivir en ese punto egocéntrico. Para adquirir el hábito de permanecer allí y no perderse en las distintas mentes es bueno autofotografiarse, algo que el hombre nunca hace. Por ejemplo: Si hace un trabajo se imagina de un determinado modo, pero no es esa la imagen real. Si uno se mira en el espejo del agua ve que no es como se había imaginado. Aun si se saca una foto nota que creía ser de un modo distinto. Cuando es fácil perder la autoconciencia, cuando no se está en los propios quehaceres, cuando se está comiendo, es bueno decirse: “Ahora me voy a sacar una fotografía mental para ver qué papel hago”. Este es un ejercicio muy útil e interesante. Se tiene una tentación, se saca la autofotografía y después se la archiva en el subconsciente. No hay que hacerse la fotografía ideal ni querer verse lindo, sino sacar los puntos feos: ésa es la fotografía que hay que archivar; ésa es la que ven los hombres del mundo. Lo que se dice de las fotografías de los demás, se puede decir de sí mismo. Es bueno mirarse en el espejo de la ropería para ver cómo se es en realidad. Y cuando las mentes quieren hacer la ilusión de lo que no se es, decir: “Ya te conozco”, y volver al trono real. Para eso se ha muerto al mundo, para estar allí y desde allí controlarlo todo.
“Siéntate, oh reina, a la derecha del Rey, en el trono, para que veas todos los vestidos de variados colores que te han sido presentados como regalos de boda”. Los vestidos de variados colores son las mentes. El trono es el punto en que el Rey ha colocado al espíritu.
El alma está destinada a la liberación, a salir fuera de la maraña tremenda de las mentes. Dicen que la raza futura ha de adquirir la egoencia, ese concepto único de la existencia del ser.
Los hombres creen hacer algo y no hacen nada; existen pero no responden más que al impulso del karma colectivo. La raza aria es la de los pares de opuestos, que son los que la lanzan de un punto a otro, pero se tiene la esperanza de que la nueva raza que ha empezado traiga a los seres la luz de la verdad.
La muerte mística lleva a la verdadera vida, que no empieza ni termina, que no tiene muerte ni nacimiento. Se espera que esta nueva raza sea así, pero mientras los seres no renuncien, ¿cómo podrán despertar a la verdadera vida?
Hay al día de hoy un tratamiento para las enfermedades mentales que responde a nuestras enseñanzas: el shock eléctrico. A las personas que han perdido la luz de la razón el shock eléctrico, es decir, un golpe astral formidable, las vuelve a traer al sentido normal de las cosas de la vida. Sería como el shock que se debe aplicar a todos los seres para que despierten a la vida. A los que no han renunciado es con shocks, con golpes, que se les despierta. Todos los seres del mundo necesitan unos cuantos shocks.
Estos no son castigos de Dios, o que Dios sea cruel; no son más que el fruto de la miseria, del karma; es necesario que las fuerzas cósmicas actúen sobre la Humanidad a golpes para que ésta abra los ojos.
Ha empezado ya la nueva raza, pero la Humanidad vive en la oscuridad de las mentes. ¿Cómo despertará ahora? ¿Será por un conocimiento divino o por la gracia del Maitreya, o por la guerra que arrasará toda la tierra? Esa es la pregunta que el Hijo se hace todos los días y que atormenta las almas de los maestros espirituales que viven sobre la tierra; golpea el corazón de las almas que tienen que educar a la Humanidad: ¿Cuál será el golpe que les espera a los hombres dormidos y ciegos? ¿Qué se puede hacer para atenuar ese golpe tremendo y espantoso? Una guerra futura será fulminante; en pocos meses todo será destruido por la guerra o por la desesperación colectiva y la psicosis. ¿Es posible hacer algo para atenuarla? Si bien la Divina Providencia no permite que se entre en el velo que cubre al Maitreya, se sabe, sin embargo, que cuanto más almas haya que cumplan la Renuncia, que vivan la vida del espíritu, más se podrá ayudar a la salvación del mundo.
¿Qué esperan entonces las almas para hacer de sus Votos una verdad contundente que se transforme en verdaderos golpes que despierten a los hombres? ¿Por qué no se ofrendan, no tienen aún la fuerza espiritual suficiente para que muchas almas entren en los monasterios, se aparten del mundo, entren en la religión que sea, que se ofrenden a Dios, que vengan a Ordenarse, que despierten muchos Hijos a la luz y perseveren en el camino de la Renuncia? Porque al día de hoy no hay nada que detenga la destrucción; el material preparado es tan grande que si se supiera se moriría de temor. Los demonios lo tienen todo preparado; ellos son los anticristos, y no hay más que un grupo de almas que pueden detener la destrucción.
Por eso, ¿qué puede hacer el Hijo si no vivir puramente en su mente espiritual, y desde allí ser como almas que levantan sus manos al cielo para que vengan otras almas y se ofrenden con ellas para la salvación del mundo?
El alma consagrada tiene la vida del espíritu que no nace ni muere; si Dios quiere llevar sus vidas, ¡qué importa!
Con tal que se salve la Humanidad, que no sufran tanto los seres con sus miserias. Y aun en el sentido de los hombres, ¡quién no tiene un hijo, un padre, un amigo! No se puede permanecer indiferente. Aun por un sentido egoísta tendrán los seres que reconocer esta verdad.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

Relacionado