Curso V - Enseñanza 6: El Vencimiento del Sueño
Hay una hermosa leyenda tibetana que cuenta la historia del vencimiento del sueño.
Hubo una vez un asceta de gran virtud y santidad que llegó a dominar todas sus mentes, todos sus sentidos y todas sus facultades, pero su deseo era permanecer siempre unido con su mente a Dios. Por eso empezó a dormir muy poco, casi nada; pero no pudo vencer completamente el sueño. Siempre había un momento, una hora, en que mientras estaba sentado en su cama de madera, lo vencía el sueño -las camas de los ascetas tibetanos son cajones cuadrados de madera donde ellos están sentados con las piernas cruzadas; cuando quieren dormir apoyan su cabeza hacia atrás; nunca se acuestan para dormir-. Pero luchó y luchó hasta que un día creyó haber vencido. Pasó muchos días sin dormir pero una vez, mientras estaba en la más alta contemplación, perdió la luz divina y quedó por unos instantes profundamente dormido. Entonces, dice la leyenda, lleno de ira contra sí mismo, ira santa y espiritual, tomó un cuchillo y se cortó los párpados para evitar así ser dominado por el sueño. Al hacerlo cayeron algunas gotas de sangre al suelo, y esa sangre bendita hizo brotar una planta que sería luego estimulante y ayudaría a evitar el sueño: la planta del té.
Esta hermosa leyenda tiene una gran sabiduría: el hombre no puede vencer al sueño, tiene que dormir; y ¿qué es el sueño sino el hermano de la muerte, de la Eternidad, del eterno descanso? Por más esfuerzos que se hagan, por elevado que se procure mantener el pensamiento, cuando viene el sueño invencible envuelve al ser poco a poco y le hace perder el sentido, la memoria, el gusto, todo, y lo arrastra a las sombras y al descanso.
Pero si no puede vencer al sueño se ha de educarlo, se ha de meditar sobre él. Hay que educar aquellas horas que tiene que dedicarse al descanso del cuerpo físico.
Los seres comunes necesitan la mitad de su vida para dormir. ¿Adónde van, qué aprenden, qué mundos visitan?
El sueño es como una muerte, una pequeña muerte. San Pablo decía: “Todas las noches muero en Cristo”.
Es bueno abandonarse al sueño como si realmente se fuera a la muerte. Dicen que las almas santas todas las veces que van a dormir piensan que es como si abandonaran el mundo y se entregaran a la muerte. Ese acto es de suprema renuncia porque no sólo se entrega la vida con la mente y el corazón, sino que todas las noches se repite la ofrenda.
Pero no se puede meditar sobre el sueño si no se conocen los pasos del mismo. El sueño correcto ha de cruzar los tres estados como si verdaderamente el alma muriera.
El sueño es: vegetativo, asociativo y místico profundísimo. Muy pocos seres llegan al tercer sueño, al profundísimo; pero es allí adonde el Hijo debe ir a rehacer sus fuerzas. Pero antes de llegar a él se pasa por los otros dos tipos de sueño: para ir a la cumbre hay que caminar primero por la ladera.
Estos tres sueños tienen un tiempo determinado: es como un reloj que hay que recorrer durante la noche. El ser necesita el mayor tiempo para el sueño vegetativo; un tiempo menor para el asociativo, y a veces sólo unos minutos de vislumbre para el sueño profundísimo místico.
El hombre no sólo se alimenta durante el día, sino hace como la hormiga, que en verano lleva a la cueva todo lo que necesita y durante el invierno vive de eso. Así es el organismo: de noche asimila los elementos adquiridos durante el día. Si bien la digestión se hace de pie, de noche el ritmo de asimilación es distinto. Hay elementos necesarios para el organismo, muy sutiles y desconocidos todavía, que sólo pueden ser adquiridos durante el sueño.
La mayoría de los seres se acuestan y se abandonan al sueño. No hay un paso entre el ensueño y el sueño. No se hace entonces ese sueño vegetativo tan necesario al ser humano que tiene que recibir la fuerza energética de la vida. Él la va adquiriendo en muy poca cantidad y muy despacio. Hay ciertos hechos que permiten darse cuenta de esto; por ejemplo, las pesadillas. Estas no se tienen por malas posturas, como se cree comúnmente; esos son factores externos. Las pesadillas vienen porque el ser se abandona al sueño y su mente está cargada de preocupaciones. Entonces el factor astral que se refleja en el ser humano por el sistema nervioso quiere quitarle al sistema vegetativo su parte en vez de dejarlo hacer su labor. El sistema vegetativo tiene que defenderse entonces de aquél que quiere invadir su campo. Por eso soñar con gatos, animales sobre la espalda o el estómago, una tropilla de caballos que viene corriendo, un pescado grande que está allí enfrente, con ardillas, indica que el sistema vegetativo no está haciendo bien su función.
A veces se sueña un momento antes de dormir, pero después no se sueña absolutamente nada. Es que hay un relajamiento absoluto de todas las facultades del ser. Es la verdadera muerte. El ser muere en realidad pequeñas muertes todos los días; por eso cuando se va a entrar al sueño se tienen vislumbres, visiones, que son como un pequeño examen retrospectivo que se hace rápidamente para entrar luego en el sueño profundo. Algunas personas se levantan más cansadas de lo que se acuestan, y eso es porque hay una lucha entre la fuerza asociativa y la vegetativa. Es como si llevaran el mundo encima. La razón es que el organismo no ha hecho su trabajo.
El examen retrospectivo no tiene mucha importancia en sí. La mayoría de los hechos diarios del Hijo son siempre iguales: meditación, trabajo, comida, recreo. Es un examen muy rápido. El examen retrospectivo tiene otro valor: corta el impulso diario.
La mente hace, durante el día, como una línea que se tiende cada vez más, y como el ser sostiene más aún esa línea de fuerza, la mente se va debilitando. Entonces a la tarde ya no se tiene la misma fuerza que a la mañana y la línea tiende a quebrarse. Hay que empezar a repararla al entrar en el sueño porque si se abandona la nota para que se pierda sola no hay trabajo de reparación.
Quiere decir que el Hijo dice: basta. Retrotrae su fuerza, vuelve atrás, aminora poco a poco su marcha. El examen retrospectivo aminora la marcha del día, entonces el ser, que daba vueltas a la rueda en un sentido, al darla en otro se queda inmóvil. Por eso se enseña que se mande la sangre de la cabeza a los pies, o sea mover la fuerza en sentido contrario.
Un buen sueño vegetativo puede dar en cuatro horas gran recuperación al hombre. Es el ejemplo que se ve en los grandes hombres que, como Napoleón, necesitaban pocas horas de sueño.
Después del sueño vegetativo hay que dar cuenta del día. Ya el cuerpo ha asimilado todos sus elementos; el cuerpo etéreo está lleno de fuerza. Los átomos X2 ya han llenado esa parte etérea, ese segundo cuerpo del hombre y el cuerpo astral puede hacer su labor. El hombre sin el cuerpo astral no puede tener la vida del espíritu.
Las grandes fuerzas se adquieren en esa zona mística del sueño profundísimo, pero el cuerpo astral no puede hacer eso si antes no filtra los canales por donde han pasado tantas imágenes anteriores: las emociones, las luchas, han gastado esta fuerza durante el día, han ido tapando los conductos y por allí no puede entrar la otra energía. Las agujas no se limpian. Ese trabajo lo hace el sueño asociativo: examinar las cosas que han impresionado durante el día, lo que se ha perdido espiritualmente.
A veces parece que se sueña algo sin sentido. Por ejemplo: una persona en una casa que no se conoce. El subconsciente muestra así que se está equivocado, que se le ha dado a algo el sentido contrario, que en el momento de hacer una obra se la ha desfigurado. O por ejemplo, que la casa se ha deshecho, que se ha venido abajo; que se ha roto el coche: quiere decir que no se ha sacado el producto de ese paseo. Asociaciones que se presentan como imágenes, pero que son grandes lecciones si se las sabe aprovechar. Asocian lo real del día con la fantasía: la fantasía ha desfigurado lo real durante el día y la experiencia ha sido de poco provecho.
Cuando se ha tenido un día sano y sereno las imágenes en el sueño son sencillas, pero claras: se limpia la Capilla y a la noche se ve una Capilla grande. Es que se ha magnificado esa labor, se la ha ampliado. Se hace un vestido con amor y a la noche se lo ve adornado: es la gracia, la fuerza que se le ha dado. Cuando se ven flores y adornos es el fruto que se recoge de las obras diarias; y eso tiene una importancia extraordinaria.
Los seres desequilibrados y nerviosos tienen sueños asociativos tremendos; duermen a saltos, mientras que la persona tranquila duerme profundamente, y sobre todo en la Santa Casa de la Madre donde el sueño es muerte que se transforma en vida.
El Voto de Renuncia y el abandono de la vida tienen que llevar a la vida real, a ese sueño profundísimo en donde se aclaran las ideas, donde vienen al alma las imágenes divinas, las comunicaciones sagradas. Todos los Hijos que cumplen con su Voto llegan al sueño profundísimo, pero todas las almas tienden a ir hacia ese sueño que es el sueño místico. Allí es donde se recibe la Enseñanza. Todos conocen ese misterio: un día, al levantarse, se tiene la solución del problema, la comprensión nueva, clara, sobre ese punto. Cuántas veces se va a dormir con una ansiedad, con un dolor y a la mañana siguiente se es realmente otro; lo de ayer ha desaparecido con sus nubes; el alma está como un claro cielo azul.
Los Hijos se han entregado al sueño como a la muerte; han cruzado el valle de los movimientos humanos y han podido acallar su fondo en las aguas de Beatriz, en la fuente divina. Les ha venido la luz, comprensión, respecto a su vocación y de muchísimas cosas que no tienen explicación, que ni ellos mismos pueden explicar a pesar de comprenderlas.
Durante el sueño profundísimo muchas veces los Hijos se comunican con los Maestros y así tendría que ser siempre. Los Santos Maestros están continuamente con los Hijos pero lo que llega a éstos es su luz, que los baña. Ellos, si quieren ir y estar al lado del Hijo, tienen que materializarse, tomar una fuerza viva, como lo han hecho grandes seres muchas veces, sobre todo algunas apariciones verdaderas, materiales. Algunas veces ven la figura de sus Directores o Instructores, pero son los Santos Maestros que los bendicen, que les dan fuerza, que los reprenden, los aconsejan. A través del sueño profundísimo se hace este gran trabajo: establecer un puente entre el cielo y la tierra. Los Maestros pueden dar así al Hijo el secreto de la vida.
El hombre vive aferrado a la tierra porque en realidad no vive, no sabe. Pero para aquél que ha podido tener su propia experiencia la vida tiene un sentido completamente distinto. Por eso al Hijo hay que darle hechos concretos, formar un puente entre el mundo astral y el mundo material para que todos lo toquen con sus manos. Ellos tienen que ser los primeros. Por eso durante la noche los Hijos buenos marchan por ese puente, tendiendo un arco entre el cielo y la tierra por donde luego cruzarán todos los seres, para alejarlos del miedo y del dolor del mundo.
En el sueño profundísimo se tiene aún la visión del futuro y el consuelo de hablar con las almas que ya han cruzado el camino hacia el más allá.
En el sueño profundísimo el Hijo se transforma en sacerdote. No es sacerdote el que ha estudiado un número de años sino aquél que realmente se ha puesto en contacto con Dios; si no se es un ciego que guía a otro ciego. Por eso los chelas hindúes preguntan a su Maestro si ha realizado a Dios. El sacerdocio del alma lo tienen los hombres y mujeres indistintamente, pues todos tienen que forjarse su camino.
Si los Hijos saben considerar la muerte, mueren todos los días en las horas del sueño por su Voto de Renuncia. Si saben abandonarse en los brazos de la Divina Voluntad experimentan la Verdad; Dios les concede la visión del más allá y pueden decir: “Así es porque lo he visto, lo he experimentado; he visto la imagen de la Divina Madre; he visto las almas de aquellos que me han precedido en el más allá”.
Un Hijo tuvo una vez dos sueños extraordinarios. En el primero vio el Templo de Cafh, que era un gran arco iris que se iba formando poco a poco. Por allí cruzaban los Hijos para entrar en el verdadero templo del más allá. El Templo de la Madre Divina no es un lugar, es una fuerza viva del alma que se va construyendo poco a poco.
En el segundo vio un río inmenso y a unos Hijos de Cafh que llevaban su caballo blanco a la orilla. La otra orilla estaba más allá, invisible, pero estos Hijos, mientras caminaban por las aguas formaban un puente de nácar. Significa el río místico del alma; el puente de nácar es el silencio, rutina, paciencia. A medida que iban entrando en el río, éste se hacía más y más grande; y más grande también se hacía el puente y más almas cruzaban y más se extendía. Era el puente constituido por las mismas almas, el puente que un día tendría que estar tendido entre el más allá y esta tierra, entre lo conocido y lo desconocido.
Este Divino Misterio el Hijo puede aún vivirlo diariamente: Él tiene el Libro de la Gran Enseñanza, el Maestro preparado si sabe aprovechar bien las horas del sueño.