Curso III - Enseñanza 4: La Meditación
En principio se debe aclarar qué se entiende por meditación, por ejercicios de meditación, por oración, plegaria y ruegos.
El ejercicio de meditación no es un ruego o pedido para uno mismo u otra persona; es un ejercicio de la mente. Una cosa es rogar y otra meditar.
La meditación es un estado o modo de ser del alma.
La meditación es la estabilidad dentro de un estado de conciencia, en contraposición a la variabilidad habitual.
El ejercicio de la meditación es el medio que tiende a lograr este estado, hacerlo cada vez más permanente y por la simplificación gradual, alcanzar el estado simple.
Las oraciones son un modo particular del ejercicio de la meditación.
El hombre es un compuesto de emociones, pensamientos, ideas, sensaciones.
Es necesario contar con ejercicios variados que actúen eficazmente sobre todos sus aspectos para lograr un fin único, preciso e integral.
Las oraciones, los ruegos, las oraciones vocalizadas, la meditación discursiva y afectiva actúan en el plano emocional.
La meditación afectiva actúa además, sobre el plano comprensivo e ideativo, a través de la fuerza del sentimiento. No crea ni descubre; trabaja.
El ejercicio, dentro del ejercicio, no puede resolver un problema vital. La vida se resuelve en la vida; un problema mental o emotivo es sólo el reflejo de un problema. El ejercicio sólo conduce al punto que desencadena una definición vital. Un esquema mental no es una solución, es un esquema.
El hombre que no ha resuelto su problema fundamental tiene problemas; el hombre que ha resuelto su vida tiene tareas.
La confusión entre lo que es un ejercicio y lo que es un estado místico, produce desorientación en la práctica del ejercicio de meditación.
El ejercicio desencadena fuerzas sensibles que volcadas sobre el ideal elegido dan la sensación de una mayor unión con Dios. El acto mismo de ponerse interiormente a presencia de la Divina Madre es ya un estado parcial de unión. Pero, como el ejercicio de meditación es también un ejercicio místico, se confunden las dificultades propias del ejercicio con problemas interiores que no tienen relación alguna con el ejercicio de la meditación.
Por supuesto, los estados sensibles producidos en el ejercicio no son nunca verdadera mística, pero en la gran mayoría de los casos son los instantes cumbres de la vida de las almas y éstas los toman como guías indicadoras de su adelanto y nivel espiritual.
La verdadera meditación no se interrumpe nunca, como la vida, lo que tendría que ser vida espiritual. Pero se confunde la meditación con el ejercicio, y éste sí se interrumpe forzosamente. Se tienen así dos estados de conciencia distintos y opuestos: el primero, dentro del círculo del ejercicio de meditación, podría llamárselo de conciencia del alma; el segundo, cuando termina el ejercicio y comienza la vida común diaria.
Estos círculos chocan y luchan entre sí.
El poder de la Gran Corriente mantiene viva esa lucha interior. El Hijo no lucha contra factores exteriores, sino contra sí mismo. Esta es la virtud de Cafh: desencadenar el conflicto interior, al que los Hijos llaman vida espiritual, lucha, esfuerzo, realización; es una transmutación de fuerzas. El cambio da la sensación de logro.
Los ejercicios que se enseñan, particularmente el ejercicio de meditación, mantiene viva y fecunda esa lucha.
La técnica del Hijo consiste en conocer y crear por sí mismo los estímulos conscientes e inconscientes, que sostienen y aceleran el ritmo de su vida espiritual.