En la observación del proceso espiritual de las almas se nota, generalmente, que llega un instante en que el entusiasmo por la purificación merma y el meditante es detenido en la repetición inconsecuente de cuadros imaginativos que, por lo repetidos, ni avivan entusiasmos, ni hacen avanzar al alma en el aspecto purgativo ni en el proceso espiritual en general.
El hombre común busca solución a sus inquietudes interiores, apenas percibidas, en el olvido, la distracción y la diversión, sin advertir quizás que estos medios alejan tan sólo por momentos de la superficie mental el martillar de sus problemas, mientras que en el interior del alma, éstos permanecen sin solución.
No es posible afirmar por cierto que la faz purgativa de la meditación es restadora del mal existente en el alma y que la faz amorosa es el aspecto positivo del trabajo o sea el aspecto constructivo, puesto que uno y otro son indispensables para el logro de los objetivos espirituales.
La más sutil vibración, lo potencial, se ha inmolado un día en el movimiento continuo que produce su devenir. Ella mana desde entonces y su emanación es actividad y vida. Todo lo que vive está animado por su potencialidad.
¿Existe alguna relación entre los siete temas clásicos de meditación hasta aquí analizados? ¿Obedece su orden a un sistema? ¿Responde este orden al proceso que debe naturalmente desarrollarse en el alma del meditante?
Se ha insistido en el curso de este trabajo sobre la necesidad de conjugar en el ejercicio de la Meditación Afectiva factores propios del meditante. Vale decir que los cuadros imaginativos sean preferentemente vivencias del ejercitante traídas a luz del escenario mental, que las sensaciones sean consecuencia directa del cuadro, etc.